El mar Rojo esconde secretos que, incluso a la luz del sol, parecen imposibles de comprender. Desde la costa de Dahab, un pequeño pueblo en la península del Sinaí, Egipto, se extiende una postal de belleza irreal: un agua azul turquesa, peces de colores que nadan entre corales y un horizonte que parece no terminar nunca. Para cualquiera que lo observe desde la superficie, es un paraíso. Pero quienes conocen la historia saben que justo allí se abre un agujero que ha ganado fama mundial: el Blue Hole.
Un círculo de agua oscura, casi negra, rompe la continuidad de ese mar cristalino. Sus bordes están delimitados por corales afilados, como un marco natural que anuncia lo que pocos se atreven a decir en voz alta: “Aquí, bajo estas aguas, yace un cementerio de buzos”.
Los locales lo llaman “el agujero de los huesos”. El nombre no es una metáfora ni un invento turístico: es un recordatorio crudo de las decenas —quizás cientos— de vidas que se han perdido allí.
El escenario de la belleza y la muerte
A primera vista, el Blue Hole no parece diferente de cualquier otro arrecife. Tiene apenas 100 metros de diámetro en la superficie, pero su profundidad se calcula en más de 120 metros. Lo que lo hace único —y mortal— es la existencia del Arco, una especie de túnel natural que conecta el agujero con el mar abierto.
El Arco se encuentra a unos 56 metros de profundidad. Para un buzo recreativo, esa cifra es más que peligrosa: está por debajo de los límites recomendados. Sin embargo, la tentación de atravesarlo ha atraído durante décadas tanto a novatos con exceso de confianza como a profesionales que buscaban el reto definitivo.
Muchos nunca regresaron.
Las primeras historias
Los registros de accidentes comenzaron a circular en los años ochenta, cuando Dahab pasó de ser un pueblo beduino casi desconocido a un punto de encuentro para mochileros, viajeros hippies y amantes del buceo. No había controles, ni registros oficiales de inmersiones. Cada vez que alguien desaparecía, la noticia se corría de boca en boca: “otro más en el Blue Hole”.
Uno de los primeros instructores que se instaló en Dahab, un británico llamado Peter, lo recuerda con nitidez:
“No había equipos de rescate ni protocolos. Cuando alguien no salía, simplemente sabíamos que había quedado abajo. Algunos cuerpos los encontrábamos días después; otros, nunca”.
Con el tiempo, el agujero adquirió una reputación siniestra. No era simplemente un punto de buceo difícil. Era un lugar del que muchos no regresaban.
Testimonios desde la profundidad
Los rescatistas profesionales que han ingresado al Blue Hole cuentan escenas que parecen sacadas de una película de terror, pero que son tan reales como el agua salada que los rodea.
Ahmed, un buzo egipcio con más de veinte años de experiencia, lo describe así:
“La primera vez que encontré un cuerpo, estaba suspendido a unos 70 metros. Llevaba el traje intacto, el tanque aún con oxígeno. Su máscara seguía puesta, y sus manos parecían intentar nadar hacia arriba. Era como si el tiempo se hubiera detenido en su último movimiento”.
Otros testimonios coinciden: los buzos no aparecen destrozados, ni devorados por animales. Aparecen congelados en medio de una lucha silenciosa, como si hubieran quedado atrapados en el instante exacto en que comprendieron que no lograrían regresar.
La pregunta siempre es la misma: ¿qué les pasó?
La trampa invisible
Los expertos en buceo explican que el Blue Hole combina tres factores mortales:
La profundidad: a más de 50 metros, el aire comprimido comienza a afectar al cuerpo humano.
La narcosis de nitrógeno: conocida como “la borrachera de las profundidades”, provoca desorientación, pérdida de juicio y euforia falsa.
La ilusión del Arco: muchos creen ver la salida antes de tiempo. La atraviesan, pero al final del túnel descubren que aún deben nadar decenas de metros antes de alcanzar el mar abierto. Allí, el oxígeno ya no alcanza.
Los rescatistas han descrito hallazgos que confirman esta teoría: cuerpos en la entrada del Arco, otros justo a la mitad, y algunos más lejos, donde el mar abierto parecía estar al alcance pero no lo estaba.
Historias con nombre y apellido
Uno de los casos más recordados es el de Yuri Lipski, un joven buzo ruso de 22 años que murió en el Blue Hole en el año 2000. Yuri llevaba consigo una cámara de video que grabó sus últimos minutos. El material, difundido después en internet, mostró su descenso descontrolado, la pérdida de estabilidad y finalmente su caída al fondo. Su cuerpo fue recuperado al día siguiente.
La grabación se convirtió en un símbolo del peligro del lugar, pero no evitó que más personas siguieran intentándolo.
Otro caso es el de una instructora francesa, Claire, quien había completado más de 500 inmersiones en distintas partes del mundo. En 2013, decidió atravesar el Arco con un grupo. Ella nunca regresó. Su cuerpo fue encontrado días después por un equipo de rescate. Lo más perturbador fue lo que hallaron en su computadora de buceo: había registrado todos los parámetros perfectamente, pero algo la hizo perder la orientación en los últimos minutos.
Voces de los familiares
Para las familias, el dolor es doble. No solo pierden a sus seres queridos, sino que muchas veces no pueden recuperar los cuerpos.
Antonio, un padre italiano que perdió a su hijo de 19 años, lo dijo con crudeza:
“Me dijeron que no podían sacarlo, que estaba muy profundo. Entonces me tuve que ir con las manos vacías, sabiendo que él sigue allí abajo. ¿Cómo se sigue adelante con eso?”
Esa sensación de abandono se repite. En Dahab, las autoridades no llevan un registro oficial de cuántas personas han muerto en el Blue Hole. Algunos estiman que son más de 150; otros hablan de más de 200. Nadie sabe con certeza.
El silencio del abismo
Lo que más impacta a quienes han descendido es el silencio. A cierta profundidad, el ruido del mundo desaparece. Solo queda el latido propio, la respiración dentro del regulador y la oscuridad azul que lo envuelve todo.
En ese entorno, cualquier error, cualquier segundo de duda, puede ser fatal.
Un rescatista describió haber encontrado dos cuerpos juntos, uno abrazando al otro. Nadie sabe si eran pareja, amigos o simplemente buzos que intentaron ayudarse en los últimos segundos. Lo único seguro es que no lograron salir.
El atractivo imposible de resistir
Paradójicamente, cada muerte ha convertido al Blue Hole en un lugar más famoso. Buzos de todo el mundo viajan hasta allí para enfrentarse al reto. Algunos lo logran y cuentan su experiencia como una hazaña. Otros no.
Los locales miran con resignación. Para ellos, cada turista que se sumerge es una moneda lanzada al aire. Puede salir bien, puede salir mal.
Un guía de buceo lo resumió de manera amarga:
“El Blue Hole es como una lotería. La diferencia es que aquí, cuando pierdes, no hay segunda oportunidad”.
El misterio que persiste
A pesar de todas las explicaciones técnicas, persiste una sensación de misterio. ¿Por qué incluso buzos experimentados, con equipos de última generación, terminan atrapados allí?
Algunos hablan de corrientes invisibles que empujan hacia abajo. Otros creen que el Arco genera un efecto de espejismo óptico. Y hay quienes, más supersticiosos, aseguran que el Blue Hole está maldito.
Lo cierto es que cada testimonio añade una capa más de intriga. Un rescatista confesó que, en una ocasión, mientras descendía, escuchó lo que describió como un “golpe metálico” en la distancia. Nunca supo de dónde provenía.
Una lección que nadie quiere escuchar
Las autoridades de Egipto han intentado, sin éxito, restringir el acceso al Blue Hole. Pero el turismo y la fascinación por el peligro son más fuertes.
En los cafés de Dahab se venden camisetas que dicen: “I survived the Blue Hole”. Sobreviví al Blue Hole. Como si fuera un trofeo. Pero detrás de esa frase se ocultan decenas de historias que no terminaron con una camiseta, sino con un ataúd… o ni siquiera eso.
Epílogo abierto
Hoy, más de tres décadas después de que el Blue Hole se hiciera conocido, sigue cobrando vidas. Cada año hay nuevas víctimas, nuevos familiares que viajan hasta Egipto buscando respuestas y, muchas veces, regresan solo con preguntas.
El agujero sigue allí, inmóvil, profundo, hermoso y letal. Como una trampa perfecta, espera silencioso bajo el sol brillante de Dahab.
Y aunque se han escrito libros, reportajes y advertencias, hay algo que nunca deja de repetirse: la atracción fatal que ejerce sobre quienes creen que podrán vencerlo.
Lo cierto es que muchos han intentado. Pero en el fondo del Blue Hole siguen quedando rastros de los que no lo lograron.
Porque hay cementerios con lápidas. Y hay cementerios que se esconden bajo el agua, esperando a quienes no saben escuchar las advertencias.
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