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El aire de las montañas de Colorado tiene algo engañoso. Al amanecer huele a pino y libertad, pero cuando cae la noche se vuelve tan denso que uno siente que puede escuchar sus propios pensamientos… y los de algo más.

El 12 de junio de 2019, Ethan y Marissa Coleman —recién casados, ambos apasionados del senderismo y la fotografía— iniciaron lo que debía ser la aventura más hermosa de sus vidas: una caminata de tres días en el Parque Nacional de San Miguel. Era el cierre perfecto para su luna de miel. Jóvenes, radiantes, enamorados, se tomaron una última foto en el cruce del sendero Elk Ridge. Él la abraza, ella sonríe con los ojos entrecerrados por la luz del atardecer. Fue la última vez que alguien los vio con vida.

Al día siguiente, su coche apareció estacionado en el punto de partida del sendero, tal como lo habían dejado. Dentro, todo estaba en orden: mochilas de repuesto, una botella de agua medio vacía, y la lista de rutas marcada cuidadosamente con un rotulador rojo. Sin embargo, las horas pasaron, los teléfonos dejaron de emitir señal, y el silencio del bosque se volvió insoportable.

Durante las primeras semanas, más de 200 voluntarios, drones, perros rastreadores y helicópteros peinaron cada rincón del parque. Nada. Ni una prenda, ni una huella, ni una pista. Era como si la montaña se los hubiese tragado.

Los medios convirtieron el caso en un fenómeno nacional. Los titulares decían: “Amor perdido en las alturas”, “La luna de miel que terminó en silencio”, “El misterio del sendero Elk Ridge”. Los padres de Marissa se aferraban a la idea de que su hija estaba viva. “Ella conoce la naturaleza, sabe cuidarse”, repetía su madre entre lágrimas ante las cámaras. Pero los días se transformaron en meses, y los meses en años.

En 2023, justo cuatro años después de su desaparición, un joven fotógrafo aficionado llamado Ryan Moore pilotaba su dron sobre la zona prohibida del valle norte, una franja de bosque denso que los rescatistas habían descartado por su terreno peligroso. Lo hacía buscando tomas panorámicas para su canal de YouTube, cuando algo captó su atención: un reflejo metálico entre las ramas. Detuvo el dron, ajustó la cámara, y amplió la imagen.

Apenas visible bajo la copa de los pinos, asomaba lo que parecía una carpa amarilla parcialmente cubierta por hojas. Ryan pensó que se trataba de restos viejos de excursionistas. Pero cuando amplió más, vio algo que lo heló: una figura inmóvil, algo que no debía estar allí.

Esa misma noche llevó las imágenes a la policía del condado. Al principio dudaron —ya habían recibido decenas de falsas alarmas—, pero algo en las coordenadas coincidía con el punto donde la señal del teléfono de Ethan se había perdido años atrás. Al amanecer, un equipo de búsqueda partió hacia la zona.

El acceso era difícil. Las raíces sobresalían del suelo y la niebla parecía espesarse a cada paso. Los rescatistas tardaron casi seis horas en llegar al lugar exacto. Lo que encontraron superó todo lo imaginable.

La tienda amarilla estaba intacta, cubierta por una fina capa de moho. Dentro, los sacos de dormir seguían en su sitio, la cámara de fotos sobre una manta, y una libreta con la letra de Marissa. En la tapa, una frase escrita con marcador negro: “Si alguien encuentra esto, no estamos solos aquí.”

Las páginas siguientes estaban cubiertas de anotaciones, fechas, y frases cada vez más erráticas. El primer día, hablaba del paisaje, de los colores del cielo, de cómo Ethan le había prometido que esa caminata sería “la primera de muchas”. Al tercer día, menciona “ruidos entre los árboles”. Al sexto, describe haber visto luces en el bosque. Y en la última página, apenas se puede leer una oración escrita con mano temblorosa: “Él cambió. Ya no es Ethan.”

Los investigadores no hallaron cuerpos en el interior de la tienda. Pero alrededor, a unos metros, encontraron huellas: unas humanas, otras no tan claras. En el suelo, una cámara dañada contenía una última grabación.

El video dura 2 minutos con 13 segundos. Se escucha la respiración acelerada de Marissa. La cámara enfoca ramas agitándose en la oscuridad. Ethan grita su nombre varias veces. Luego, un sonido seco, como un golpe. La lente cae al suelo. Al final, solo se escucha un murmullo: una voz baja, profunda, que susurra algo incomprensible… antes de que todo se apague.

El FBI clasificó la grabación como evidencia. Nunca se hizo pública.

Los expertos en rescate coincidieron en algo: el sitio donde se halló la tienda no correspondía a ninguna ruta registrada. De hecho, el terreno es tan escarpado que habría sido casi imposible llegar allí sin desviarse intencionalmente. Entonces, ¿por qué lo hicieron? ¿Qué los llevó a adentrarse tanto? ¿Qué escucharon, qué vieron?

A medida que el caso volvía a ocupar titulares, empezaron a surgir nuevas teorías. Algunos afirmaban que habían sido víctimas de un crimen; otros, que se habían perdido y desorientado. Pero entre los guardabosques locales, las versiones eran distintas. Desde hacía décadas circulaban historias sobre esa parte del bosque: luces que se encendían solas, voces que imitaban a los seres queridos, pasos que seguían a los excursionistas sin dejar huellas.

Uno de los rescatistas, que pidió no revelar su nombre, confesó algo perturbador: “Cuando abrimos la tienda, sentí que alguien respiraba detrás de mí. Me giré y no había nadie. Pero escuché un susurro… era la voz de una mujer, diciendo: ‘No sigas buscando’.”

El hallazgo del dron no solo reabrió el caso, sino también las heridas de ambas familias. Los padres de Ethan se negaron a creer que su hijo hubiese hecho daño a Marissa. Los de ella, en cambio, comenzaron a hablar de “algo oscuro”. La madre de la joven incluso mostró a la prensa una carta que su hija le escribió antes del viaje: “Si no vuelvo, prométeme que mirarás entre los árboles.”

Durante los meses siguientes, equipos forenses trabajaron en la zona. Encontraron fragmentos de tela, parte de una bota y restos óseos aún sin identificar. Lo más inquietante fue el análisis del ADN: las muestras correspondían a más de dos individuos. ¿Quién más había estado allí?

El caso Coleman volvió a ser un fenómeno en redes sociales. Miles de personas comenzaron a subir videos con teorías, análisis del diario, reconstrucciones con inteligencia artificial del último día. Algunos afirmaban que el reflejo que captó el dron no era metal, sino algo más… un movimiento. Una sombra.

Cuatro años y medio después, el expediente sigue abierto. El bosque permanece cerrado al público. Sin embargo, cada invierno, cuando cae la primera nevada, excursionistas aseguran escuchar algo en la distancia: risas, pasos, y un eco que repite el mismo nombre… una y otra vez.