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El invierno de 1999 quedará grabado en la memoria de los habitantes de un pequeño valle alpino en Suiza. Ese año, dos jóvenes montañistas —Anna Keller y Markus Weber— emprendieron una ascensión hacia una de las cumbres más desafiantes de la región. Eran experimentados, estaban equipados, y habían dejado una última foto sonriente en la nieve, con los crampones brillando bajo el sol.

Después, la tormenta los borró del mapa.

Durante dos décadas no se supo nada. Ni cuerpos, ni equipo, ni rastro alguno. La montaña se los había tragado, y con ellos se fue una parte del alma de sus familias. Hasta que, veinte años más tarde, un deshielo repentino y una avalancha brutal devolvieron fragmentos congelados de aquella tragedia. Lo que apareció bajo el hielo no solo reabrió viejas heridas: también encendió nuevas preguntas, más inquietantes que nunca.


La última expedición

Anna y Markus eran conocidos en su círculo de amigos como una pareja inseparable y aventurera. Ella, estudiante de biología; él, ingeniero. Se habían conocido en la universidad de Zúrich y habían hecho juntos varias rutas de media montaña antes de decidir, aquel invierno, afrontar un reto mayor: el ascenso al pico Weisshorn, de más de 4.500 metros.

Partieron un viernes al amanecer, con mochilas cargadas, cuerdas nuevas y un entusiasmo contagioso. Antes de perder señal, enviaron un último mensaje a sus familias: “Todo va bien, mañana estaremos de regreso.”

El regreso nunca ocurrió.


La desaparición

Al tercer día sin noticias, se activó la alarma. Equipos de rescate rastrearon el glaciar durante semanas. Helicópteros sobrevolaron las crestas, perros entrenados olfatearon cada grieta, voluntarios marcaron rutas con estacas rojas. Pero ni una pista. La tormenta que azotó la montaña justo esa noche borró cualquier huella.

Los medios locales titularon: “La montaña devora a dos jóvenes suizos.” La historia ocupó portadas durante días, hasta que poco a poco se desvaneció. El caso quedó archivado como “desaparición en alta montaña”, un destino común en los Alpes.

Pero para sus familias, el tiempo no borró nada. Cada aniversario se dejaban flores en la base del Weisshorn. Cada invierno se repetía el mismo ritual: mirar hacia la cima y preguntarse qué había pasado allí arriba.


La montaña rompe el silencio

En el verano de 2019, una ola de calor inusual provocó un deshielo masivo en varias zonas del macizo alpino. Con el retroceso del glaciar, emergieron objetos insospechados: mochilas, cascos, fragmentos metálicos… restos de expediciones perdidas hacía décadas.

Un guía local fue el primero en ver algo extraño en la ladera este: una cuerda deshilachada, todavía teñida de un color rojo desteñido. Junto a ella, una bota rígida, con crampones oxidados y la marca apenas visible: “GRYTON”. El guía avisó de inmediato a las autoridades.

Los rescatistas llegaron con cautela. Bajo metros de nieve endurecida hallaron lo más perturbador: un cráneo humano, fracturado en varios puntos, acompañado de huesos dispersos. La escena fue asegurada como un lugar de investigación criminal.


La evidencia

Los análisis confirmaron lo inevitable: los restos pertenecían a Markus Weber. El ADN coincidía con el de su hermana, aún viva en Zúrich.

Sin embargo, había algo extraño en los hallazgos. El cráneo mostraba fracturas que no correspondían del todo a una caída natural en la montaña. Los peritos describieron “impactos contundentes repetidos”. Además, la cuerda hallada estaba cortada limpiamente, no desgarrada.

Un investigador lo resumió así:
—La montaña guarda secretos, pero esta escena parece más un acto humano que un accidente natural.

¿Había alguien más con ellos? ¿Alguien que cortó la cuerda?


La otra ausencia

De Anna no se halló rastro en ese momento. Ni huesos, ni ropa, ni equipo personal. Solo un mechón de cabello rubio atrapado en el hielo.

Esa ausencia encendió teorías. Algunos medios insinuaron que Anna podría haber sobrevivido y decidido desaparecer voluntariamente. Otros hablaron de la posibilidad de un tercero en la expedición, alguien que jamás fue mencionado en los reportes oficiales.

Las familias rechazaron esas versiones. “Anna amaba a Markus. No lo habría abandonado”, declaró su madre entre lágrimas.


El caso reabierto

La fiscalía de Valais decidió reabrir oficialmente el expediente. No era solo un accidente alpino: había indicios de un posible crimen. Expertos en alpinismo fueron convocados para analizar los restos del equipo. La cuerda, en particular, fue clave: las fibras mostraban un corte limpio, probablemente hecho con un cuchillo de montaña.

Además, dentro de la bota hallada apareció un detalle desconcertante: un trozo de cinta adhesiva con iniciales escritas a mano, “M.W.”, que no coincidían con la costumbre de Markus. Sus amigos declararon que él jamás marcaba su equipo de esa forma.

¿Quién había puesto esa cinta allí?


Voces desde el valle

En el pueblo cercano, los rumores florecieron. Un anciano guía aseguró haber visto, aquel invierno de 1999, a la pareja acompañada de un tercer escalador. Nunca declaró nada porque pensó que era irrelevante.

Otros recordaron haber oído discusiones en el refugio la noche antes de la tormenta. “Escuchamos gritos, pero no entendimos el idioma”, contó un guardabosques retirado.

Durante veinte años, esas voces quedaron enterradas en la memoria colectiva. Ahora emergían como piezas de un rompecabezas incompleto.


El hallazgo final

En 2021, dos años después de descubrir los primeros restos, un nuevo deshielo reveló la pieza faltante: parte del torso de Anna, todavía con restos de ropa adherida. En el bolsillo interior de su chaqueta se encontró algo que heló la sangre de los investigadores: un cuaderno de notas envuelto en plástico.

Las páginas estaban deterioradas, pero legibles. En ellas, Anna escribió fragmentos de los últimos días:

“La tormenta nos atrapó. Markus discute con alguien más. No sé en quién confiar. La cuerda… algo no está bien.”

La última línea, apenas legible, decía:
“Si alguien encuentra esto, sepan que no fue un accidente.”


Conclusión

El hallazgo del cuaderno cerró el círculo de una de las desapariciones más enigmáticas de los Alpes. Markus y Anna no murieron solo por la montaña: todo indica que hubo una mano humana detrás de la tragedia.

Hasta hoy, el tercer escalador nunca fue identificado. El caso permanece abierto como “homicidio en investigación”. Las familias, aunque destrozadas, al menos pudieron dar sepultura a los restos.

La montaña devolvió lo que se había llevado, pero con ello reveló una verdad más perturbadora: a veces, el verdadero peligro no está en la tormenta, ni en la nieve, ni en el hielo… sino en el ser humano que camina a tu lado.