Female Trooper Vanished in 1985 — 15 Years Later A Junkyard Worker Found  Her Uniform In a Crushed... - YouTube

Era la madrugada del 3 de agosto de 1985 cuando la radio de la patrulla 12 quedó en silencio. La oficial Rebecca Halloran, de 27 años, realizaba su ronda habitual por la Ruta Estatal 47, un tramo de carretera solitario, bordeado por campos y estaciones de servicio cerradas a esas horas. A las 02:13, reportó haber visto un vehículo detenido en el arcén, con las luces de emergencia encendidas. Dijo que iba a parar para ofrecer asistencia. Fue la última transmisión que se escuchó de ella.

A las 03:02, otra patrulla encontró su coche a menos de un kilómetro del marcador 88. El motor estaba encendido, las llaves puestas, la puerta del conductor entreabierta. La radio funcionaba. No había signos de lucha evidentes, pero la linterna de Rebecca estaba en el suelo, a unos metros del vehículo, como si hubiera caído mientras caminaba. No había rastro de ella.

La investigación comenzó de inmediato. El FBI fue llamado en menos de 48 horas. Revisaron cada centímetro de la zona, peinaron los campos cercanos, interrogaron a camioneros y residentes. La descripción de Rebecca se difundió en todos los estados vecinos: 1,68 de estatura, cabello castaño, ojos verdes, atlética, con una cicatriz en la muñeca izquierda. Nada. Era como si se la hubiera tragado la tierra.

Los rumores empezaron pronto. Algunos decían que había interceptado a alguien importante y fue silenciada. Otros, que había descubierto una operación ilegal en la zona. Unos pocos susurraban una teoría más oscura: que alguien dentro del propio cuerpo policial sabía más de lo que admitía.

Pasaron los meses. Luego los años. El expediente “HALLORAN” acumuló polvo en un archivo marcado como Cold Case. La familia no se resignó: organizaron vigilias, contrataron investigadores privados, aparecieron en programas de televisión pidiendo información. Ninguna pista concreta.

En el año 2000, quince años después, el caso volvió a la vida de la forma más improbable. Un trabajador de un desguace en las afueras de Fort Clayton, llamado Mike Granger, recibió un lote de autos abandonados para ser aplastados y reciclados. Entre ellos, uno en particular llamó su atención: una berlina azul marino, con las ventanillas cubiertas de polvo y la carrocería oxidada, como si hubiera pasado años a la intemperie. La matrícula estaba arrancada, los números de serie raspados.

Cuando Mike empezó a retirar los asientos para recuperar piezas, encontró algo aplastado entre el cojín trasero y el chasis: tela azul, manchada. Tiró de ella y lo que salió fue un uniforme policial completo, perfectamente doblado, con insignias y placa aún sujetas. La placa decía: Rebecca Halloran – State Trooper.

Mike sintió un escalofrío. Recordaba vagamente haber visto su rostro en carteles viejos de “desaparecida” cuando era niño. Dejó el uniforme a un lado y siguió revisando el vehículo. En el bolsillo interior de la chaqueta encontró una nota pequeña, escrita a mano con tinta azul, apenas legible por la humedad. Decía sólo tres palabras: No confíes nunca.

Avisó de inmediato a su jefe, quien, temiendo problemas legales, llamó a la policía local. En cuestión de horas, el desguace se llenó de patrullas, investigadores y agentes federales. El coche fue trasladado a un almacén seguro. Se confirmó que el uniforme pertenecía a la oficial desaparecida y que las manchas sí eran de sangre, aunque los análisis iniciales no pudieron determinar si era humana.

El hallazgo provocó un terremoto mediático. Las cadenas nacionales retomaron el caso. Antiguos colegas de Rebecca, ya retirados, empezaron a hablar bajo anonimato. Uno de ellos, identificado sólo como “Charlie”, dijo que la noche de su desaparición Rebecca estaba nerviosa porque creía que alguien la seguía en sus rondas. Otro reveló que unos días antes había entregado un informe interno sobre un caso de contrabando de armas que involucraba a un alto cargo estatal.

La investigación de 2000 reveló algo inquietante: el coche donde apareció el uniforme había sido registrado en 1985 a nombre de una empresa fantasma que desapareció un mes después de la desaparición de Rebecca. Esa empresa, a su vez, estaba vinculada a un contratista del Departamento de Transporte con contratos millonarios.

Un exmecánico del desguace, que pidió anonimato, declaró que ese coche había llegado allí en 1992, traído por un hombre que pagó en efectivo y pidió que no se registrara. Durante años, el vehículo quedó olvidado en un rincón del lote, cubierto de maleza, hasta que en 2000 fue arrastrado para su destrucción.

El análisis forense encontró en el maletero fibras que coincidían con la tapicería del coche patrulla de Rebecca, así como un fragmento de cinta adhesiva industrial. La hipótesis era escalofriante: Rebecca pudo haber sido retenida en ese coche, o al menos su uniforme trasladado allí como parte de una operación de encubrimiento.

La nota encontrada en su chaqueta se convirtió en el punto central. ¿A quién iba dirigida? ¿Era una advertencia que Rebecca escribía para sí misma? ¿O se trataba de un mensaje desesperado dejado en sus últimos momentos? Un calígrafo experto confirmó que la letra coincidía con muestras de su escritura.

La reapertura del caso puso incómodos a muchos. Algunos testigos clave de 1985 se negaron a hablar. Documentos de la investigación original habían desaparecido de los archivos oficiales. Un agente retirado insinuó que “había nombres demasiado grandes implicados” y que por eso el caso se cerró tan rápido.

En paralelo, el hermano de Rebecca inició una cruzada para exigir transparencia. Organizó conferencias de prensa, publicó la nota en internet y consiguió que la legislatura estatal revisara casos antiguos de desapariciones de oficiales. Gracias a esa presión, se identificó un patrón: en la década de 1980, tres agentes más desaparecieron en circunstancias poco claras, todos en condados cercanos a la Ruta 47.

En 2002, un denunciante anónimo envió a un periodista local una copia de un memorando interno del Departamento de Seguridad Pública, fechado en agosto de 1985, que mencionaba una “operación de recuperación de activos” y advertía sobre “posibles filtraciones desde personal uniformado”. Nunca se explicó oficialmente qué significaba.

El coche y el uniforme fueron preservados como evidencia. A pesar de nuevas búsquedas, el cuerpo de Rebecca nunca fue hallado. La teoría más aceptada entre los investigadores independientes es que Rebecca interceptó un cargamento ilegal —armas o drogas— protegido por personas influyentes. Al descubrirlo, fue secuestrada y eliminada, y su uniforme usado para crear confusión o como trofeo de los culpables.

Quince años después del hallazgo en el desguace, el caso sigue oficialmente sin resolver. Pero para quienes conocieron a Rebecca, la verdad está clara: fue una víctima de un encubrimiento orquestado. Su nota, esas tres palabras, sigue siendo un eco incómodo que resuena en los pasillos de un departamento que preferiría olvidarla.

El trabajador del desguace, Mike Granger, aún recuerda el momento en que tiró de aquella tela azul. “No sabía que estaba a punto de abrir una puerta cerrada por 15 años”, dice. “Pero una vez que vi esa placa… supe que alguien había mentido durante mucho tiempo”.

Hoy, en una estantería de la casa de su hermano, enmarcada junto a una foto en uniforme, está la nota original. Arrugada, descolorida, pero legible: No confíes nunca.