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Cuando la mentira se estrella contra la toga

El golpe ha sido seco, quirúrgico y con efecto retardado. El Tribunal Supremo ha dictado una sentencia que no solo condena a Eduardo Inda y a OKDIARIO a indemnizar a Pablo Iglesias con 18.000 euros, sino que desmonta una de las piezas más simbólicas de la guerra sucia mediática desplegada contra Podemos en el momento de mayor amenaza electoral para el bipartidismo.

No es una sentencia cualquiera. Es una resolución que llega casi una década después, cuando muchos daban por amortizado el daño, cuando el ruido había cumplido su función y cuando el bulo ya había hecho carrera política, electoral y emocional. Precisamente por eso, el fallo del Supremo actúa como un misil tardío, pero devastador.

El origen del bulo: Granadinas como arma política

Mayo de 2016. Podemos se dispara en las encuestas. Pablo Iglesias amenaza el tablero político tradicional. En ese contexto aparece una “exclusiva” que lo cambia todo: una supuesta cuenta secreta en un paraíso fiscal del Caribe, las Islas Granadinas, donde Iglesias habría recibido dinero del gobierno venezolano.

El titular era demoledor. El impacto, inmediato. La prueba, inexistente.

La información publicada por OKDIARIO afirmaba como hecho consumado algo que no estaba probado, no estaba contrastado y no era cierto. Pero el daño ya estaba hecho. El bulo se propagó como un virus: tertulias, portadas, debates parlamentarios, insinuaciones judiciales y una sospecha permanente que acompañó a Iglesias durante años.

Lo que dice el Supremo (y lo que deja en evidencia)

La Sala Primera de lo Civil del Tribunal Supremo no se limita a decir que la información era falsa. Va mucho más allá. La sentencia establece que:

La noticia no se basó en fuentes fiables ni contrastadas.
El director del medio, Eduardo Inda, manipuló conscientemente el contenido original redactado por un periodista.
Se eliminaron deliberadamente las cautelas y dudas para presentar la información como un hecho probado.
Se vulneró el derecho al honor de Pablo Iglesias.

La clave es demoledora: el Supremo afirma que la manipulación no fue un error periodístico, sino una decisión editorial consciente. Es decir, no fue mala praxis por descuido, sino una operación mediática.

Ekaizer y Aroca: el contraataque

Ernesto Ekaizer nói với Jesús Cintora rằng "mọi chuyện đã kết thúc" và tháo tai nghe trong chương trình "Malas lenguas": "Tôi giải nghệ".

La sentencia ha provocado una reacción inmediata en el espacio mediático crítico con las cloacas del poder. Ernesto Ekaizer y Javier Aroca han sido especialmente contundentes.

Ekaizer lo ha explicado con bisturí jurídico: esta resolución deja “con el culo al aire” a dos instancias judiciales anteriores que habían desestimado la demanda de Iglesias. Y subraya algo clave: el Supremo reconoce que el problema no es solo la falsedad, sino la manipulación deliberada del relato.

Aroca, por su parte, ha ido más allá: ha denunciado la existencia de un periodismo burdo, militante y al servicio de intereses políticos, capaz de condicionar destinos electorales y erosionar la democracia.

Periodismo, cloacas y poder

El caso Granadinas no es un episodio aislado. Es una pieza más de un engranaje mucho mayor: el de las cloacas mediático-policiales que operaron durante años contra fuerzas políticas emergentes.

2016 no fue un año cualquiera. Fue el año en que:

Se filtraron informes policiales falsos.
Se utilizaron comisarios como Villarejo para fabricar relatos.
Se activaron medios digitales como arietes políticos.

La sentencia del Supremo no menciona directamente a las cloacas, pero las señala indirectamente. Porque cuando un tribunal afirma que una información fue manipulada para presentarla como un hecho, está describiendo el manual exacto de la guerra sucia.

La condena que llega tarde… pero llega

¿18.000 euros? Para muchos, una cantidad simbólica. Para otros, insuficiente. Pero el verdadero valor de la sentencia no es económico, sino político, moral y democrático.

Porque por primera vez, el Supremo reconoce que:

Se utilizó una mentira para dañar a un líder político.
Esa mentira fue amplificada por un medio nacional.
El daño al honor fue real y punible.

Y porque deja una advertencia clara: no todo vale.

Iglesias: victoria personal, derrota sistémica

Para Pablo Iglesias, la sentencia es una victoria personal indiscutible. Repara —aunque tarde— una acusación que condicionó su imagen pública durante años.

Pero al mismo tiempo, deja al descubierto una derrota colectiva: la de un sistema que permitió que el bulo circulara, se institucionalizara y fuera creído por amplios sectores sin pruebas.

El daño ya estaba hecho cuando llegó la justicia. Como suele ocurrir.

El mensaje oculto del Supremo

Más allá del caso concreto, el fallo lanza un mensaje inquietante al ecosistema mediático español:

La libertad de expresión no ampara la manipulación consciente.
El periodismo no puede convertirse en herramienta de demolición política.
Los directores responden por lo que publican.

Es una línea roja. Y no es menor.

 

Epílogo: cuando el bulo se cae

Durante años, la falsa cuenta de las Granadinas fue citada como si fuera real. Hoy es oficialmente lo que siempre fue: un bulo.

Un bulo con consecuencias.

La pregunta que queda flotando no es jurídica, sino política y moral:

¿Cuántas decisiones electorales, cuántas opiniones públicas y cuántas carreras políticas fueron condicionadas por mentiras que nunca debieron publicarse?

El Supremo ha hablado. Tarde. Pero ha hablado.

Y el eco de este misil judicial todavía no ha terminado de expandirse.