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La hora que no encaja

Hay silencios que duran segundos y silencios que duran años. Y luego están esos silencios que, con el paso del tiempo, se convierten en el centro de una investigación judicial. La tarde de la DANA en Valencia dejó uno de esos silencios: 37 minutos sin rastro verificable del entonces presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, mientras la provincia se inundaba y comenzaban a contarse víctimas.

Durante más de un año, ese hueco temporal fue rellenado con explicaciones cambiantes, versiones superpuestas y relatos que no terminaban de encajar. Hoy, un simple ticket de parking con hora exacta —19:47— ha vuelto a abrir una grieta que amenaza con convertirse en un abismo político y judicial.

El Ventorro: una comida que nunca fue solo una comida

Mazón y la periodista Maribel Vilaplana coinciden en un punto: la comida en el restaurante El Ventorro estaba prevista. El motivo también ha sido aclarado con el tiempo: una oferta de trabajo relacionada con la radiotelevisión pública valenciana.

Sin embargo, desde el primer momento, la cronología comenzó a fallar. Inicialmente se dijo que Mazón estaba en el Palau desde las 17:00. Después, que llegó alrededor de las 19:00. Más tarde, que estuvo informado “en tiempo real” de la emergencia. Cada rectificación no cerraba el relato: lo debilitaba.

La comida comenzó a las 15:00. Ya había alertas, llamadas fallidas, avisos de Pradas que no fueron atendidos. Aun así, según los propios protagonistas, no hubo urgencia. No hubo alarma. No hubo sensación de catástrofe inminente.

El parking y la hora que lo cambia todo

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El nuevo elemento es aparentemente banal: un justificante bancario. Maribel Vilaplana paga el ticket del parking a las 19:47. Ese dato convierte una sospecha en un problema serio.

Si Mazón y Vilaplana salieron juntos del restaurante alrededor de las 18:30, ¿qué ocurrió durante esa hora larga hasta que el coche abandona el aparcamiento? La versión ofrecida por Vilaplana ante la jueza sostiene que entró sola al parking, trabajó unos minutos con el ordenador y el móvil, y se marchó.

Pero una hora entera resulta difícil de justificar en un parking cercano al restaurante. Y aún más difícil cuando ese lapso coincide exactamente con el periodo en el que Mazón no responde a llamadas ni mensajes, incluida una llamada clave de la consellera Salomé Pradas.

Testimonios que no encajan

La investigación periodística de Levante introduce un elemento aún más delicado: fuentes del propio Partido Popular aseguran que Vilaplana llevó a Mazón en su coche hasta las inmediaciones del Palau de la Generalitat, cerca de las 20:00.

Si esto es cierto, desmonta varias afirmaciones previas:

Que Mazón llegó antes al Palau

Que se desplazó solo

Que estaba operativo desde horas antes

Y abre una pregunta incómoda: ¿por qué se ocultó ese trayecto?

La jueza y el método del cerco lento

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Lejos de gestos espectaculares, la jueza de Catarroja ha optado por una estrategia paciente: contrastar datos, cruzar horarios, pedir documentos verificables. Ticket a ticket. Minuto a minuto.

Este método ha ido desmontando lo que varios periodistas ya califican como una cadena de fake news institucionales, emitidas no desde redes sociales, sino desde la presidencia de la Generalitat.

La jueza no especula. No sugiere. Pero al validar la plausibilidad de que Mazón y Vilaplana estuvieran juntos durante ese periodo, deja abierta una hipótesis que la política preferiría cerrar.

El problema no es qué hacían, sino qué no hacían

La clave jurídica y moral no está en la naturaleza de la relación entre Mazón y Vilaplana. El problema es otro: la ausencia del poder en el momento crítico.

Mientras Valencia se ahogaba, mientras se acumulaban llamadas de emergencia, mientras el CECOPI operaba sin liderazgo claro, el presidente estaba ilocalizable. Ese hecho, por sí solo, ya constituye un fallo grave.

Todo lo demás —las versiones, los cambios de ropa, los trayectos, los silencios— agrava la percepción de abandono.

El cambio de ropa y la escena fragmentada

Hay un detalle aparentemente menor pero persistente: Mazón entra en El Ventorro con traje y sale con traje. Sin embargo, horas después aparece con otra indumentaria en el CECOPI.

¿Dónde se produce ese cambio? ¿Cuándo? ¿Con qué explicación logística? Son preguntas simples que nadie ha respondido con claridad.

En una investigación judicial, los detalles no son morbo: son estructura.

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Feijóo entra en escena

La causa da un giro cuando la jueza considera citar como testigo a Alberto Núñez Feijóo. No por casualidad, sino por sus propias declaraciones públicas: afirmó haber estado informado “en tiempo real” por Mazón.

Aquí surge una paradoja devastadora:
Si Mazón no estaba localizable, ¿quién informaba a Feijóo?
Y si Feijóo estaba informado, ¿por qué no se actuó antes?

La entrega —o no— de mensajes, correos y llamadas será clave. La colaboración puede hundir a Mazón o dejar a Feijóo en evidencia nacional.

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Las víctimas y la paciencia agotada

Mientras se reconstruyen trayectos y horarios, las asociaciones de víctimas siguen recordando una verdad incómoda: 230 personas murieron.

Gracias a su presión, el caso ha llegado a Bruselas, a la Unión Europea, rompiendo el intento de aislamiento informativo. Han logrado la dimisión de Mazón, sí. Pero consideran insuficiente el relevo.

El nuevo presidente hereda el mismo gobierno, los mismos consellers, los mismos responsables operativos. Para muchos valencianos, esto no es transición: es continuidad maquillada.

Un fallo sistémico, no individual

Cada vez más voces insisten en que no se trató solo de un error personal de Mazón, sino de un fallo sistémico del gobierno valenciano.
Consellers ausentes. Responsables recolocados. Ascensos incomprensibles. Ninguna elección convocada.

La indignación persiste porque la sensación de impunidad persiste.

Epílogo: la pregunta que no desaparece

La jueza sigue avanzando. Los testigos siguen cayendo. Los datos siguen apareciendo. Y, sin embargo, los 37 minutos siguen sin explicación completa.

Tal vez algún día se sepa exactamente dónde estuvo Carlos Mazón, con quién y por qué. Pero incluso entonces quedará una pregunta más grande, más incómoda, más política que judicial:

¿Qué tipo de poder permite que, en la peor tragedia reciente, el presidente desaparezca una hora… y luego intente reescribir el tiempo?

Esa pregunta, por ahora, sigue abierta.