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Una tormenta silenciosa en el Tribunal Supremo

La reciente resolución contra el exfiscal general del Estado ha desencadenado una de las mayores controversias jurídicas de los últimos años en España. No solo por el contenido de la sentencia, sino por todo lo que vino antes, durante y después del juicio: divulgación de correos electrónicos, decisiones aceleradas, comentarios inesperados del presidente del tribunal, participación de magistrados en cursos financiados por una de las partes acusadoras y vínculos académicos que ponen en duda la neutralidad exigida a los jueces.

Lo que debía ser un proceso ordinario terminó convertido en un complejo mosaico que mezcla ética judicial, procedimientos internos, relaciones personales, tradiciones corporativas, protocolos desfasados y un profundo debate sobre hasta qué punto el sistema judicial español está preparado para gestionar sus propias contradicciones.


El artículo que nadie cumple, pero nadie elimina

Uno de los momentos más reveladores de la vista fue la afirmación abierta de un magistrado:
“Afortunadamente, esta ley no se cumple… y posiblemente no deba cumplirse.”

Se refería al artículo 301, un precepto heredado de otra época que exige secreto absoluto sobre las diligencias del sumario. Sus palabras sorprendieron por la franqueza: la ley existe, pero no se aplica; y según él, no aplicarla evita “lastrar la sociedad constitucional”.

Para un observador externo, escuchar a un magistrado reconocer públicamente que una norma sigue vigente pero se ignora sistemáticamente plantea un dilema profundo:
¿Es más grave aplicar una ley obsoleta o admitir que el sistema convive con contradicciones sin resolver?


Los correos del fiscal: una revelación sin investigación

Uno de los puntos más polémicos del caso fue la presencia de correos electrónicos privados del fiscal, difundidos a un jefe de gabinete de un gobierno autonómico y posteriormente publicados en un medio nacional.

A pesar de que el contenido correspondía a comunicaciones confidenciales entre fiscal y abogado, no se abrió investigación por divulgación indebida.

El tribunal argumentó que, al haber sido difundidos previamente por el propio afectado para su beneficio, ya no podía alegar vulneración de datos personales cuando terceros ampliaron el contenido.

No obstante, la pregunta sigue flotando:
¿Por qué solo se denunció lo que perjudicaba al denunciante, y no lo que lo favorecía?


El precedente Marchena: cuando la libertad de información pesa más

Durante el proceso, la defensa recordó una sentencia anterior firmada por Manuel Marchena, en la cual el Tribunal Supremo estableció que, cuando datos personales ya han sido divulgados públicamente, el derecho a la información prevalece sobre la protección de datos.

Paradójicamente, esa misma doctrina no fue aplicada en este caso, o al menos no con la misma claridad.

En palabras de la acusación:
“Espero que cuando redacten esta sentencia expliquen por qué en aquel caso prevalecía la libertad de prensa y en este no.”


Los cursos del ICAM: una sombra inesperada

Cuando el caso ya estaba avanzado, se hizo público que tres de los magistrados del tribunal habían participado en cursos remunerados organizados por el Colegio de Abogados de Madrid (ICAM), entidad que a su vez formaba parte de la acusación.

Aunque legalmente no se prohíbe que un magistrado participe en cursos formativos pagados, el hecho de que el pagador estuviera implicado en la causa generó un conflicto ético evidente.

El detalle que encendió aún más las alarmas fue que la participación era reciente, coincidiendo con fases sensibles del procedimiento.


Un vínculo académico que alimenta sospechas

La controversia no quedó ahí. Se supo también que:

Antonio del Moral, uno de los magistrados que firmó la apertura de investigación y luego la condena,
dirigió la tesis del abogado del novio de Isabel Díaz Ayuso, Gabriel Rodríguez Ramos,
→ presentada el mismo día en que se abrió la causa contra el fiscal general.

El mismo magistrado también dirigió la tesis de Álvaro Bernat, abogado de la Asociación de Fiscales (AF), que también fue acusación en el caso.

Expertos universitarios consultados coincidieron en que la relación entre un director de tesis y su doctorando implica un vínculo de confianza profunda, incompatible con la participación del director en tribunales o procesos donde su pupilo intervenga profesionalmente.

La Ley Orgánica del Poder Judicial establece la “amistad manifiesta” como causa de abstención. ¿Es dirigir una tesis una forma de afinidad manifiesta? Para la academia sí. Para la judicatura, aparentemente no.

El juez Arrieta, al final de un curso: “Concluyo, tengo que poner la  sentencia al fiscal


El comentario que encendió todas las alarmas

Uno de los episodios más llamativos ocurrió cuando, al finalizar una sesión, el presidente del tribunal, Andrés Martínez Arrieta, se despidió diciendo en tono distendido:

“Tengo que poner la sentencia del fiscal general del Estado.”

El comentario se produjo días antes de que el fallo se hiciera público y cuando la ponencia todavía estaba oficialmente en manos de una magistrada que finalmente presentó un voto particular contrario a la condena.

El público y parte de los presentes entienden el comentario como una admisión velada de que la sentencia ya estaba decidida. Aunque no constituya una irregularidad penal, sí plantea una grave duda ética.


La prisa por cerrar la sentencia

Otra crítica recurrente fue el tiempo reducido entre el final de la vista y la emisión del fallo.
Juristas consultados insistieron:

para motivar una sentencia,

analizar las pruebas,

revisar testimonios,

debatir los puntos jurídicos,

se necesita tiempo.
La rapidez extrema sugiere que la decisión ya estaba tomada antes de la conclusión formal del proceso.

Como dijo un experto:
“Esto no puede funcionar como un partido donde se anticipa quién gana antes de jugar.”


El sistema de afinidades: una tela de araña institucional

Varios analistas señalaron que el problema no es solo este caso concreto, sino el modelo de relaciones internas del poder judicial:

jueces que preparan opositores,

opositores que luego son jueces,

redes de lealtad corporativa,

vínculos académicos duraderos,

círculos cerrados de influencia.

En universidades y procesos administrativos existe un protocolo estricto:
quien dirige una tesis no puede evaluar ni decidir sobre la carrera del doctorando.

Pero en la judicatura no hay norma semejante.

Esto crea una estructura donde las relaciones personales tienen demasiado peso.


Una falta de decoro que afecta a la confianza pública

El caso ha generado una percepción generalizada de falta de neutralidad.
Incluso dentro del propio Poder Judicial hay rumores y preocupación.

Para un observador ciudadano, el mensaje que queda es:
si en un caso tan visible ocurren estas situaciones,
¿qué ocurre en los que no salen a la prensa?

Analistas coincidieron en tres conceptos:

falta de decoro,

falta de prudencia,

falta de “higiene institucional”.

Un magistrado del Tribunal Supremo rompe su silencio para responder a  Sánchez tras sus palabras contra los jueces


La sentencia aún sin redactar y un país expectante

Cuando se anunció públicamente el fallo, se reconoció que la sentencia ni siquiera estaba redactada.
Un detalle que aumentó la incertidumbre:

¿cómo comunicar un fallo sin tener documento final?,

¿quién cambió la ponencia?,

¿cuándo fue retirada de la magistrada Apolo?,

¿por qué se sustituyó en silencio?

Estas preguntas continúan sin respuesta clara.


un caso que reabre el debate sobre la transparencia judicial

Este juicio, más que resolver un conflicto entre fiscalía y acusaciones, ha puesto en evidencia un problema mayor:

➡️ la necesidad urgente de revisar protocolos éticos,
➡️ actualizar leyes obsoletas,
➡️ evitar vínculos incompatibles,
➡️ regular actividades paralelas,
➡️ reforzar la transparencia,
➡️ proteger la credibilidad del Tribunal Supremo.

No se trata solo de si la sentencia es correcta o incorrecta.
Se trata de que la ciudadanía perciba que el proceso ha sido imparcial, limpio y justo.

Hoy, esa percepción está seriamente dañada.