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Extremadura, entre la indignación y la esperanza: crónica de un mitin electoral bajo el signo de la confrontación.

 

 

Almendralejo, ciudad de la cordialidad, el vino y el romanticismo, fue escenario de un mitin que, lejos de limitarse a la retórica política habitual, se convirtió en una radiografía de la crispación, el desencanto y la búsqueda de alternativa en la España rural.

 

 

El discurso, pronunciado por Santiago Abascal, líder de Vox, ante un público mayoritariamente local, fue mucho más que una arenga electoral: fue una denuncia feroz contra el bipartidismo, una acusación directa de corrupción y un llamado a la movilización ciudadana frente a lo que él califica como “mafia” en el poder.

 

 

 

El arranque del acto estuvo marcado por el tono cercano y desenfadado, con referencias al orgullo local y anécdotas que evocan la identidad de Almendralejo, pero rápidamente el discurso viró hacia la denuncia política.

 

 

Abascal no dudó en calificar al gobierno actual como una “mafia corrupta”, una organización que, según él, no solo roba y miente, sino que ha convertido las calles españolas en espacios inseguros para las mujeres.

 

 

Esta narrativa, repetida a lo largo de la intervención, se apoya en casos mediáticos recientes y en la percepción de inseguridad que, aunque discutida por los datos oficiales, cala hondo en ciertos sectores sociales.

 

 

 

El líder de Vox recordó su trayectoria de denuncia y oposición, reivindicando las mociones de censura presentadas por su partido y criticando el papel de los medios de comunicación, a quienes acusa de estar financiados y manipulados por el sistema bipartidista.

 

 

Para Abascal, la polarización y la crispación no son producto de la exageración, sino de una realidad que, según su visión, es aún peor de lo que se cuenta en los medios tradicionales.

 

 

El caso del Peugeot 407, utilizado para ilustrar la supuesta connivencia y el reparto de poder entre dirigentes socialistas, fue presentado como símbolo de la corrupción estructural que, a su juicio, asola el país.

 

 

La crítica no se limitó al PSOE. Abascal arremetió también contra el Partido Popular y, especialmente, contra la presidenta extremeña, María Guardiola, a quien acusa de haber traicionado a los votantes de derechas y de haber facilitado la continuidad de Sánchez en el poder.

 

 

La acusación de “incapacidad para dialogar” y de “soberbia” se entrelaza con reproches sobre el feminismo, las políticas migratorias y el supuesto abandono del campo extremeño.

 

 

El discurso se nutre de la idea de que los problemas reales —la vivienda, la agricultura, la seguridad, la burocracia— han sido ignorados por los partidos tradicionales, que, en opinión de Vox, solo se han dedicado a repartirse cargos y prebendas.

 

 

 

La narrativa de Abascal se apoya en la denuncia de las políticas de género y migratorias, presentadas como fuente de inseguridad y degradación de los servicios públicos.

 

 

El feminismo, encarnado en figuras como Irene Montero, es descrito como un instrumento de enfrentamiento entre hombres y mujeres, una estrategia para callar a quienes se atreven a discutir con mujeres en el ámbito público.

 

 

La denuncia de supuestos abusos y la referencia a casos de acoso dentro del PSOE sirven para reforzar la idea de que el partido socialista se ha convertido en “un peligro para las mujeres”, mientras Vox se presenta como el único partido capaz de defenderlas, proponiendo penas más graves para los violadores y rechazando la acogida de inmigrantes ilegales.

 

 

 

La intervención no escatima críticas al Partido Popular, a quien acusa de incoherencia y de pactar con el PSOE en Bruselas y Madrid, mientras en las regiones defienden posturas diferentes según el territorio.

 

 

Abascal ridiculiza la “pinza” entre Vox y el PSOE, denunciando que ambos partidos tradicionales comparten políticas troncales y que su única diferencia real es el reparto de la corrupción.

 

 

El “y tú más” se convierte en metáfora de la decadencia política, donde la discusión ideológica ha sido sustituida por la pugna por el poder y los escándalos.

 

 

La apelación al público es constante. Abascal pide ayuda para vigilar las urnas, para evitar el fraude electoral y para garantizar la limpieza de los procesos democráticos.

 

 

La promesa de vigilancia se convierte en llamado a la movilización activa, a la presencia en los colegios electorales y al control ciudadano.

 

 

El líder de Vox insiste en que el voto no basta, que es necesario el compromiso y la participación directa para frenar lo que él considera una deriva mafiosa del sistema político.

 

 

El discurso se articula en torno a la idea de alternativa. Vox se presenta como la única opción real frente a la “estafa permanente” del PP y la “mafia” del PSOE.

 

 

La referencia a los problemas concretos de Extremadura —el aumento de las ejecuciones hipotecarias, la burocratización del campo, la falta de sucesión generacional, los problemas de regadío, la inseguridad y el acceso a la vivienda— busca conectar con las preocupaciones diarias de los ciudadanos, alejándose de la abstracción ideológica y acercándose a la vida cotidiana.

 

 

 

La crítica a Guardiola se intensifica al recordar que, pese a no haber ganado las elecciones, tuvo la oportunidad de formar una mayoría con Vox y prefirió mantener las políticas socialistas.

 

 

La acusación de “soberbia desagradecida” se suma a la denuncia de falta de capacidad de diálogo y de preferencia por el enfrentamiento ideológico antes que por la búsqueda de soluciones reales.

 

 

Abascal insiste en que el verdadero cambio habría llegado con Vox, que solo han estado un año en el gobierno y no se les permitió implementar sus propuestas.

 

 

El cierre del discurso es un llamado a la esperanza y a la acción. Abascal agradece el apoyo y la presencia del público, pide que lleven “en volandas” a Óscar Fernández Calle a la presidencia de la comunidad y proclama sin miedo el “¡Viva España!” como símbolo de unidad y resistencia.

 

 

La referencia a la lealtad de Extremadura al proyecto común español sirve para reforzar la idea de que esta tierra ha sido abandonada por los partidos tradicionales y merece una oportunidad de cambio real.

 

 

 

El acto termina con una invitación a seguir al “periodista camorrista”, a suscribirse y a mantenerse informados por vías alternativas, en un guiño a la desconfianza hacia los medios convencionales y la apuesta por la comunicación directa con los ciudadanos.

 

 

La firmeza en la defensa de la verdad y la dureza frente a la noticia se convierten en emblema de la nueva política, que busca romper el cerco informativo y construir una comunidad de resistencia frente al poder establecido.

 

 

 

En definitiva, el mitin de Almendralejo fue mucho más que una intervención electoral.

 

 

Fue la expresión de una España rural que se siente marginada, indignada y dispuesta a desafiar el bipartidismo.

 

 

Fue la denuncia de una democracia que, según Vox, ha sido secuestrada por una mafia corrupta, por políticas de género y migratorias que dividen y debilitan, y por una prensa que, en su opinión, ha dejado de servir a la verdad.

 

 

Pero también fue la manifestación de una esperanza: la de que, con movilización, vigilancia y participación activa, es posible recuperar el control sobre el destino propio y construir una alternativa real.

 

 

La pregunta que queda en el aire, tras el eco de los aplausos y las proclamas, es si la indignación y el hartazgo serán suficientes para transformar la rabia en cambio, o si el sistema político seguirá siendo, como denuncia Abascal, un teatro donde la corrupción y el reparto de poder ahogan las esperanzas de los ciudadanos.

 

 

En Almendralejo, al menos por un día, la voz de la confrontación se mezcló con la de la esperanza, y la ciudad de la cordialidad se convirtió en el epicentro de una batalla que, más allá de las elecciones, interpela a toda España.