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Pedro Sánchez, Zapatero y el desgaste del poder: España ante el final de una era.

 

 

 

En el clima político español actual, marcado por la crispación, la polarización y el descrédito institucional, la figura de Pedro Sánchez se encuentra en el centro de un huracán mediático y social que parece anunciar el final de una etapa.

 

 

 

Las recientes declaraciones de Felipe González, ex presidente socialista, son tan contundentes como reveladoras: “Pedro Sánchez ya no tiene vida política”.

 

 

 

Esta frase, lanzada en pleno debate sobre la corrupción y la pérdida de confianza ciudadana, encapsula el sentimiento de una parte creciente de la sociedad española, hastiada por los escándalos, las promesas incumplidas y la sensación de que el poder se ha convertido en un espacio de supervivencia, más que en una herramienta de transformación.

 

 

 

La percepción de un gobierno agotado no es nueva, pero se ha intensificado con la sucesión de casos de corrupción y con el desgaste de la narrativa oficial.

 

 

El vídeo que circula en redes y canales alternativos, donde periodistas y opinadores analizan el futuro inmediato de Sánchez y su entorno, refleja ese estado de ánimo colectivo: “Nos están robando a la cara, literalmente”, afirma uno de ellos, mientras repasa las últimas exclusivas sobre Zapatero y su reunión clandestina con empresarios vinculados al caso Plus Ultra.

 

 

La idea de que los medios tradicionales, antaño tildados de “fachas” o “conspiranoicos” por denunciar la corrupción, han empezado a cambiar de bando y a señalar el final político de Sánchez, es sintomática del giro que vive la opinión pública.

 

 

 

La exclusiva de El Debate sobre la reunión secreta de José Luis Rodríguez Zapatero con el empresario de Plus Ultra, apenas 72 horas antes de su detención, ha añadido una capa de sospecha y de indignación al relato dominante.

 

 

El encuentro, blindado por escoltas y celebrado en un monte sin cobertura telefónica, ha sido interpretado como una muestra de la impunidad y la capacidad de maniobra de las élites políticas incluso en los momentos más críticos.

 

 

 

El empresario, descrito como “un fantasma”, es el nexo entre Zapatero y la aerolínea venezolana rescatada con 53 millones de euros públicos.

 

 

El hecho de que la consultora del empresario sea cliente de la agencia de comunicación de las hijas de Zapatero refuerza la imagen de una red de intereses cruzados que trasciende la política y alcanza el ámbito familiar y empresarial.

 

 

La sombra de la corrupción se extiende más allá de los casos concretos.

 

 

El discurso de que “han hipotecado nuestro futuro y han robado nuestro país” se repite como un mantra en los espacios alternativos, donde se denuncia la precarización de las familias, el deterioro de los servicios públicos y la falta de transparencia en la gestión de los recursos.

 

 

El ejemplo del impuesto de donaciones sobre los bisums familiares ilustra el alcance de las políticas que, lejos de proteger a los ciudadanos, parecen penalizar la solidaridad y el esfuerzo individual.

 

 

La figura de Zapatero, presentado como “millonario” gracias a sus negocios en Venezuela, con supuestos vínculos con la petrolera estatal PDVSA y con empresarios chinos, añade un componente internacional al relato de la corrupción.

 

 

Las informaciones sobre su cambio de vida, la adquisición de propiedades de lujo y su papel como intermediario en la exportación de petróleo refuerzan la imagen de una política entendida como plataforma para el enriquecimiento personal.

 

 

La opacidad de las operaciones, la falta de explicaciones públicas y la sospecha de que todo se mueve en la sombra contribuyen a erosionar la confianza en las instituciones y en los líderes políticos.

 

 

 

El desgaste de Pedro Sánchez no se explica solo por los casos de corrupción o por la gestión económica.

 

 

La percepción de que el presidente ha perdido el control del poder, que está “aferrado a Moncloa” sin margen real de maniobra, es compartida por analistas y ciudadanos.

 

 

Felipe González lo resume con crudeza: “No tiene ningún poder. Todo el poder lo tienen los Bilduetarra, lo tiene Puigdemont, a pesar de que algunas pegas todavía tiene que superar como la malversación.

 

 

¿Cómo se han cambiado los delitos para ajustarlo a los delincuentes? Es la leche.”

 

 

Esta crítica, que apunta a la cesión de poder a fuerzas periféricas y a la reforma del Código Penal para favorecer a aliados políticos, refleja el proceso de fragmentación y debilitamiento del Estado central.

 

 

 

La crisis de confianza se agrava con la sensación de que el sistema está podrido desde dentro, como ocurrió en la Roma clásica.

 

 

“Roma no cayó por una invasión externa, sino por la podredumbre y la corrupción interna”, recuerda el periodista, estableciendo un paralelismo inquietante con la situación actual de España.

 

 

El pueblo, afirma, no olvida los enchufes, los sobres, las mentiras y los cambios de opinión de sus gobernantes.

 

 

La acumulación de rabia, desprecio y tensión convierte al Estado en un polvorín, donde la propaganda y el control de la narrativa ya no bastan para contener el descontento.

 

 

El debate sobre la independencia de las instituciones, la politización del CIS y el papel de los partidos en la gestión pública es otro eje de la crítica.

 

 

El reconocimiento de que “yo no soy independiente” por parte de un senador del Partido Popular y de un presidente del CIS ilustra la dificultad de mantener la neutralidad en un sistema donde la pertenencia partidista condiciona el acceso y el ejercicio del poder.

 

 

La investigación sobre el pasado de Zapatero, sus conexiones y los clientes de sus hijas es presentada como una tarea pendiente para la UCO y para la justicia, que, aunque tarde, “acaba llegando”.

 

 

 

La reflexión final apunta a la necesidad de regenerar el sistema y de recuperar la confianza ciudadana.

 

 

La idea de que “el poder siempre comete el mismo error, creer que el pueblo olvida”, es una advertencia sobre los límites de la manipulación y sobre la capacidad de la sociedad para exigir responsabilidades.

 

 

El vídeo termina con una llamada a la lucha y a la defensa de España, en un tono que mezcla la indignación con la esperanza: “La justicia puede tardar, pero acaba llegando.

 

 

La verdad puede incomodar, pero acaba saliendo a la luz. Cuando Pedro Sánchez se quiera dar cuenta, ya será demasiado tarde.”

 

 

La situación política española, marcada por el desgaste del gobierno, la sucesión de escándalos y la fragmentación del poder, exige respuestas claras y una apuesta decidida por la transparencia y la regeneración democrática.

 

 

 

El final de la era Sánchez, anunciado por voces tan autorizadas como Felipe González, es solo el inicio de un proceso de cambio que debe ir más allá de los relevos personales y abordar las causas profundas de la crisis institucional.

 

 

La memoria de la ciudadanía, la exigencia de justicia y la defensa del interés común son los pilares sobre los que debe construirse el futuro de España, lejos de la corrupción y del oportunismo que han marcado el presente.