María del Monte, rota en lágrimas por lo que oye hablar a José Manuel Parada en ‘Sonsoles’: “No me gusta esto”.
Sonsoles Ónega tenía que salir al rescate de María del Monte tras romper a llorar en directo después de escuchar el trágico testimonio de José Manuel Parada.

La muerte de Encarnita Polo, la artista que puso banda sonora a generaciones con su inolvidable “Paco, Paco, Paco”, ha sacudido el mundo del espectáculo y la conciencia social española.
Pero, más allá del impacto mediático por el supuesto estrangulamiento en una residencia de ancianos de Ávila, la noticia ha destapado una realidad silenciada: la vulnerabilidad, el abandono y el dolor que sufren muchos mayores en sus últimos años.
El relato de José Manuel Parada y la emoción compartida con María del Monte en ‘Y ahora Sonsoles’ se ha convertido en el espejo de miles de historias que, cada día, se viven en silencio en residencias y hogares de nuestro país.
José Manuel Parada, histórico presentador de ‘Cine de Barrio’ y amigo íntimo de Encarnita Polo, confesó entre lágrimas cómo la muerte de la cantante le ha dejado marcado.
“No paro de tener pesadillas”, admitía, evidenciando que el duelo no solo se vive en la ausencia, sino en la dificultad de aceptar una despedida abrupta y rodeada de interrogantes.
A la pérdida de Encarnita se sumaba, además, el fallecimiento de la que él consideraba su suegra, lo que intensificaba el dolor y el sentimiento de vacío.
Parada relataba con crudeza el proceso de recoger los objetos personales de la residencia: fotos, recuerdos, pequeños tesoros de una vida dedicada al arte y a la familia.
“Es durísimo, pero tendremos que tirar para adelante”, decía, mostrando cómo el duelo se transforma en una tarea física y emocional, en la que cada objeto es un pedazo de historia y cada rincón, una herida abierta.
La confesión de Parada sobre el estado emocional de Encarnita en sus últimos tiempos resulta especialmente reveladora.
“Se cansó de vivir porque decía que para qué, que ya había cumplido su ciclo.”
La artista, según su amigo, pedía una salida digna y sin sufrimiento, mostrando una lucidez y una resignación que conmueve y alarma a partes iguales.
¿Cuántos mayores sienten que su vida ha perdido sentido, que la soledad es más fuerte que el deseo de seguir adelante?
La emoción de José Manuel Parada fue tan profunda que contagió a María del Monte, quien no pudo evitar romper a llorar al recordar sus propias tragedias familiares.
“De lo más duro que me ha pasado en la vida es no haberme podido despedir de mi hermano, y haber tenido que desmontar la vida de mi madre”, confesaba la cantante, abriendo una ventana a la experiencia universal del duelo y la pérdida.
El testimonio de María del Monte resonó en la audiencia y en la propia Sonsoles Ónega, que no dudó en abrazarla en directo.
“Cuántas familias están desmontando una habitación de residencia o una casa de una madre, de un padre, de una hermana… y vuestros ejemplos y la manera que tenéis de contarlo acerca el dolor”, reflexionaba la presentadora.
El programa se convirtió, por unos minutos, en el escenario de una catarsis colectiva, donde la televisión dejaba de ser mero entretenimiento para convertirse en un espacio de empatía y reconocimiento.
La muerte de Encarnita Polo pone de manifiesto una realidad que, aunque se conoce, raramente se aborda con la profundidad y la urgencia que merece.
La soledad, el abandono y la falta de recursos humanos y materiales en muchas residencias de mayores son problemas estructurales que afectan a miles de personas en España.
El supuesto estrangulamiento de la artista, aún bajo investigación, ha reabierto el debate sobre la seguridad y la dignidad en estos centros, así como sobre la responsabilidad de las instituciones y las familias.
Encarnita Polo, como tantos otros, vivió sus últimos años lejos de los focos, en una residencia donde la rutina sustituye a menudo el afecto y la compañía.
El hecho de que la artista llegara a pedir a Parada que buscara un médico para que le pusiera una inyección y “no sufriera más” resulta estremecedor.
Habla de un cansancio vital, de una sensación de ciclo cumplido y de la necesidad de una muerte digna, un tema que sigue siendo tabú en nuestra sociedad.
Desmontar la habitación de un ser querido es mucho más que una tarea logística.
Es un proceso de duelo, de reconstrucción de la memoria, de enfrentarse a la ausencia y al vacío. Las palabras de María del Monte y José Manuel Parada han puesto voz a una experiencia que miles de familias viven cada día, muchas veces en soledad y sin el apoyo necesario.
La televisión, en este caso, ha servido para visibilizar un dolor que suele permanecer oculto. El abrazo de Sonsoles Ónega, la emoción de los protagonistas y la reacción de la audiencia han demostrado que, detrás de cada noticia, hay historias humanas que merecen ser contadas y escuchadas.
La muerte de Encarnita Polo invita a reflexionar sobre la dignidad en el final de la vida.
¿Estamos preparados como sociedad para acompañar a nuestros mayores en sus últimos años? ¿Ofrecemos los recursos, el apoyo emocional y la compañía que necesitan? El caso de la artista revela carencias estructurales y emocionales que requieren una respuesta urgente.
El debate sobre la eutanasia, la atención paliativa y la calidad de vida en las residencias de mayores está más vigente que nunca.
Encarnita Polo, con su petición de “no sufrir más”, pone sobre la mesa la necesidad de respetar la voluntad y el bienestar de quienes se sienten agotados por la vida y el dolor.
Encarnita Polo fue mucho más que la voz de “Paco, Paco, Paco”. Su vida estuvo marcada por el esfuerzo, la pasión y el amor por el arte.
Su muerte, rodeada de interrogantes y dolor, debe servir para reivindicar su legado y para abrir una conversación honesta sobre la vejez, la soledad y la dignidad.
José Manuel Parada y María del Monte han demostrado que la memoria es un acto de amor y que el duelo puede ser compartido y acompañado.
Su testimonio ha acercado el dolor de miles de familias a la pantalla, invitando a la reflexión y al debate.
El caso de Encarnita Polo pone en el centro del debate la responsabilidad de las instituciones y la sociedad en el cuidado de los mayores.
Las residencias deben ser espacios de protección y compañía, no de abandono y sufrimiento.
La investigación sobre el supuesto estrangulamiento de la artista debe servir para revisar protocolos, mejorar la formación del personal y garantizar la seguridad y el bienestar de todos los residentes.
Pero la responsabilidad no es solo institucional. Las familias, la sociedad y los medios de comunicación tienen el deber de acompañar, visibilizar y dignificar la vejez.
El tabú sobre la muerte, el duelo y la soledad debe ser roto para construir una cultura del cuidado y el respeto.
‘Y ahora Sonsoles’ ha demostrado que la televisión puede ser mucho más que espectáculo.
El espacio dedicado a la memoria de Encarnita Polo y al testimonio de sus amigos ha sido un ejercicio de empatía y reconocimiento.
La emoción compartida, lejos de ser un simple recurso dramático, ha servido para acercar el dolor y la realidad de la vejez a millones de espectadores.
La televisión pública y privada tiene el reto de ofrecer contenidos que no solo entretengan, sino que también informen, acompañen y ayuden a comprender las realidades más duras y silenciadas de nuestra sociedad.
La muerte de Encarnita Polo, lejos de ser solo una noticia de sucesos, es el reflejo de una herida social que exige atención y acción.
El dolor de José Manuel Parada, la emoción de María del Monte y el abrazo de Sonsoles Ónega han servido para visibilizar el duelo, la soledad y la necesidad de dignidad en el final de la vida.
La artista, que hizo bailar a España con su música, merece ser recordada por su legado artístico y por la conversación que ha abierto sobre la vejez y el cuidado.
La sociedad, las instituciones y los medios deben asumir el reto de acompañar, proteger y dignificar a nuestros mayores, para que ninguna muerte se viva en soledad y ninguna vida se desmonte sin memoria.
El adiós a Encarnita Polo es también el inicio de un debate necesario sobre el sentido de la vida, la importancia de la compañía y la urgencia de construir una sociedad más justa y compasiva.
Porque, al final, todos somos parte de esa memoria y de ese duelo, y solo juntos podremos sanar la herida abierta de la soledad en la vejez.
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