El mensaje de Évole a Feijóo y a Albiol que no gustará nada en Génova: “Si son negros y pobres…”.

 

 

 

El periodista repasa la polémica del líder de la oposición sobre los andaluces y la controvertida política del alcalde de Badalona.

 

 

 

 

 

 

La política española, en los últimos tiempos, parece haber encontrado en la competición y la provocación su principal combustible.

 

 

Sus protagonistas, lejos de limitarse a la gestión pública, han convertido el debate en una carrera por el titular más llamativo, el gesto más rotundo o la frase más ingeniosa.

 

 

En medio de este escenario, la voz de Jordi Évole emerge como una de las más lúcidas y necesarias, capaz de atravesar la superficie y poner el foco en los verdaderos retos de la sociedad.

 

 

Ganador de tres Premios Ondas y del Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, Évole ha vuelto a demostrar en su última columna de opinión publicada en La Vanguardia que el periodismo comprometido es más imprescindible que nunca.

 

 

 

La chispa de la polémica, esta vez, la encendió Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular, durante la tradicional cena de Navidad del PP madrileño.

 

 

 

En tono desenfadado, Feijóo reivindicó la singularidad de Galicia, asegurando que “tenemos los mayores kilómetros de costa de España”, y que las rías gallegas “cuentan doble”.

 

 

El líder popular, lejos de detenerse ahí, añadió que “los andaluces no están de acuerdo porque no saben contar”, en referencia a la histórica rivalidad entre comunidades por el protagonismo en el imaginario nacional.

 

 

El comentario, teñido de ironía y cierto paternalismo, no pasó desapercibido para Évole, quien lo analizó en profundidad en su columna.

 

 

 

El periodista catalán, acostumbrado a diseccionar la actualidad con una mezcla de sarcasmo y empatía, no se limitó a criticar el tono jocoso de Feijóo.

 

 

Para Évole, el verdadero problema reside en el trasfondo de las palabras, en cómo la política española ha derivado hacia una competición constante por la radicalidad, la diferencia y, en ocasiones, la exclusión.

 

 

“Todo es una competición”, reflexiona Évole, “por demostrar quién tiene más kilómetros de costa, quién tiene el árbol más alto o quién pone más luces en su ciudad”.

 

 

Y añade, con su habitual mordacidad, que la última moda en política es “ver quién tiene más acosadores, más corruptos, quién echa a más inmigrantes y quién logra parecerse más a la extrema derecha”.

 

 

Esta tendencia, que Évole describe como una “moda que se lleva ahora, como si fuese un tractor amarillo”, no es exclusiva del Partido Popular ni de Feijóo.

 

 

El periodista amplía su análisis a otros líderes y ciudades, como Badalona y Vigo, donde la competición por los símbolos navideños se convierte en metáfora de una política que busca el impacto mediático antes que la solución de los problemas reales.

 

 

Así, Évole compara la ambición de Xavier García Albiol, alcalde de Badalona, por tener “el árbol más alto de la Navidad española”, con el sueño de Abel Caballero, alcalde de Vigo, de “poner luces que den la vuelta por toda la costa gallega”.

 

 

Pero la columna de Évole no se queda en el terreno del humor o la crítica ligera.

 

 

El periodista aprovecha la coyuntura para profundizar en las consecuencias sociales de esta competición política.

 

 

El caso de Badalona, donde García Albiol ha protagonizado el desalojo de más de 400 personas migrantes que habitaban un instituto abandonado, sirve de ejemplo para ilustrar cómo la seguridad y la lucha contra la delincuencia se han convertido en prioridades absolutas, a menudo en detrimento de los derechos humanos y la inclusión social.

 

 

Évole no duda en calificar a Albiol como “un curioso personaje”, y cuestiona la afirmación, repetida por algunos, de que el alcalde “no parece del PP”.

 

 

Para el periodista, la política de Albiol se sostiene sobre un eje argumental claramente discriminatorio, donde “si son negros y pobres, seguro que son delincuentes”.

 

 

 

Este tipo de discursos, que vinculan la seguridad ciudadana con la exclusión de los más vulnerables, son cada vez más habituales en el panorama político español.

 

 

La competición por la radicalidad, por la mano dura y la confrontación, se ha convertido en un elemento central de las campañas electorales y la gestión municipal.

 

 

Los líderes que apuestan por estas estrategias suelen obtener réditos electorales, como demuestra el caso de Albiol, que gobierna Badalona con mayorías absolutas y una conexión directa con buena parte de la ciudadanía.

 

 

Évole, sin embargo, no se limita a denunciar la deriva racista y excluyente de ciertos dirigentes.

 

 

Su análisis va más allá, y plantea la necesidad de repensar el modelo político y social que se está construyendo en España.

 

 

La competición por los símbolos, los récords y los gestos espectaculares, lejos de contribuir a la cohesión social, alimenta la polarización y el enfrentamiento.

 

 

La política, convertida en espectáculo, pierde su capacidad de transformar la realidad y de responder a las necesidades de los ciudadanos.

 

 

En este sentido, la columna de Évole es también una llamada de atención sobre el papel del periodismo y la opinión pública.

 

 

El periodista catalán reivindica la necesidad de una mirada crítica y comprometida, capaz de desmontar los tópicos y los prejuicios, y de dar voz a quienes suelen quedar al margen del debate.

 

 

La ironía, el humor y la sátira son herramientas poderosas, pero deben estar al servicio de la verdad y la justicia social.

 

 

La España que compite por la radicalidad, por la exclusión y por la diferenciación, es una España que corre el riesgo de perder su pluralidad y su capacidad de diálogo.

 

 

Las palabras de Feijóo, aunque pronunciadas en tono jocoso, revelan una visión de país basada en la confrontación y el desprecio por el otro.

 

 

El comentario sobre los andaluces, que “no saben contar”, es mucho más que una broma: es la expresión de una política que recurre al estereotipo y la simplificación para movilizar a sus seguidores y consolidar su liderazgo.

 

 

 

La reflexión de Évole sobre la competición por la radicalidad adquiere especial relevancia en el contexto actual, marcado por el auge de la extrema derecha y el retroceso de los consensos democráticos.

 

 

El periodista advierte sobre el peligro de normalizar discursos racistas, xenófobos y excluyentes, que buscan dividir a la sociedad y enfrentar a unos ciudadanos contra otros.

 

 

La política, señala Évole, debería ser un espacio de encuentro y de construcción colectiva, no una arena de combate donde solo importa ganar la batalla mediática.

 

 

En su columna, Évole también reivindica la importancia de la empatía y la solidaridad, valores que parecen haber quedado relegados en la carrera por el poder y la notoriedad.

 

 

La gestión de la migración, la atención a los más vulnerables y la defensa de los derechos humanos son cuestiones centrales para el futuro de España, y no pueden ser abordadas desde la lógica de la competición y el espectáculo.

 

 

El periodismo, en este contexto, tiene la responsabilidad de denunciar las injusticias, de cuestionar el poder y de promover el diálogo y la reflexión.

 

 

La trayectoria de Jordi Évole es un ejemplo de compromiso y honestidad intelectual. A lo largo de su carrera, ha sabido combinar la crítica mordaz con la sensibilidad social, el rigor informativo con la capacidad de conectar con el público.

 

 

 

Sus reportajes y entrevistas han contribuido a abrir debates necesarios y a dar visibilidad a realidades silenciadas.

 

 

El reconocimiento que ha recibido, tanto en España como a nivel internacional, es el reflejo de una labor periodística que no se conforma con la superficialidad ni con el conformismo.

 

 

En tiempos de polarización y enfrentamiento, la voz de Évole es más necesaria que nunca.

 

 

Su columna en La Vanguardia es una invitación a mirar más allá del titular, a cuestionar los discursos oficiales y a exigir una política basada en el respeto, la inclusión y la justicia social.

 

 

La España que compite por la radicalidad necesita, más que nunca, referentes que apuesten por el diálogo, la empatía y la construcción colectiva.

 

 

La competición por los kilómetros de costa, los árboles navideños y las luces espectaculares puede ser anecdótica, pero cuando se traslada al terreno de los derechos y la convivencia, sus consecuencias pueden ser devastadoras.

 

 

Évole nos recuerda que la verdadera grandeza de un país no se mide por sus récords ni por sus gestos grandilocuentes, sino por su capacidad de acoger, proteger y respetar a todos sus ciudadanos.

 

 

En definitiva, la columna de Jordi Évole es una llamada a la responsabilidad, tanto para los líderes políticos como para la sociedad en su conjunto.

 

 

El periodismo, lejos de ser un mero espectador, debe ser actor y motor de cambio, capaz de denunciar los abusos y de promover la justicia y la igualdad.

 

 

La España plural, diversa y solidaria que Évole defiende es la única capaz de hacer frente a los retos del presente y de construir un futuro más justo y esperanzador.