¡Rufián Suelta la Verdad! Feijóo y Ayuso en EVIDENCIA Total.

 

 

 

La política española ha vivido una de esas jornadas que marcan época, donde los focos del Congreso se convierten en escenario de un drama nacional y los protagonistas dejan de ser simples nombres para convertirse en símbolos de todo lo que está en juego.

 

 

La intervención de Gabriel Rufián en el pleno, enfrentándose sin titubeos a Alberto Núñez Feijóo y, de rebote, a Isabel Díaz Ayuso, ha roto la monotonía del “y tú más” y ha puesto sobre la mesa lo que muchos españoles llevan años pensando, pero pocos se atreven a decir en voz alta.

 

 

Lo que parecía una sesión de control rutinaria se transformó en un terremoto político que sacudió las redes, las tertulias y los despachos de poder.

 

 

Todo comenzó con el escándalo que desde hace semanas huele a chamusquina: la condena al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, por filtrar datos sobre el novio de Ayuso, Alberto González Amador, investigado por fraude fiscal.

 

 

Dos años de inhabilitación y una multa de 7.200 euros, según sentencia firme del Supremo, por revelación de secretos.

 

 

Pero lo que parecía un caso aislado pronto se conectó con otros nombres que llevan tiempo en el candelero: Santos Cerdán y José Luis Ávalos, ambos señalados en informes de la UCO y en rumores de pasillos que apuntan a una trama de corrupción en las primarias del PSOE y en contratos públicos.

 

 

 

Feijóo, vestido de profesor severo, subió al estrado con su discurso habitual: “Señor Sánchez, su gobierno es un estercolero de corrupción.

 

 

Primero Coldo, luego Ávalos, ahora Cerdán y el fiscal general como peón de sus intereses”.

 

 

El PP aplaudía, Ayuso tuiteaba desde su despacho y el hemiciclo parecía más un circo que una cámara legislativa.

 

 

Pero entonces llegó Rufián, el diputado de ERC, con su sonrisa ladeada y su voz calmada, y puso patas arriba el relato.

 

 

Rufián no gritó. No gesticuló. Simplemente habló, con la seguridad de quien sabe que lleva una granada sin anilla en el bolsillo y que nadie se atreverá a cortarle.

 

 

“Señor Feijóo, usted habla de filtraciones y fiscales vendidos, pero yo sabía lo del fiscal desde junio.

 

 

Me lo contaron en un bar de la calle Ferraz, con dos cafés y una servilleta llena de nombres.

 

 

El fiscal iba a caer por lo del novio de Ayuso, no por casualidad, sino por venganza.

 

 

Alguien en Moncloa dio la orden de filtrar el correo para que el novio se enterara antes que la prensa y pudiera negociar con Hacienda.

 

 

Prefirieron sacrificar al fiscal antes que dejar que la UCO siguiera tirando del hilo sobre Cerdán y Ávalos”.

 

 

El silencio se hizo denso, como si todos en el hemiciclo estuvieran masticando la misma verdad incómoda.

 

 

Feijóo, que hasta entonces había repartido veneno, se quedó congelado.

 

 

Ayuso, según cuentan los pasillos, soltó el móvil de la rabia y llamó a su equipo para preguntar cómo se había atrevido ese catalán a saltarse el guion.

 

 

Porque Rufián no solo lo sabía, lo había atado todo: el informe de la UCO sobre Cerdán, la filtración al novio de Ayuso, la conexión entre los casos del PSOE y el PP.

 

 

“Corrupción en el PSOE, sí, pero también en el PP. Ustedes con sus Ávalos y nosotros con los vuestros. O es que Ayuso es intocable porque sale bien en las fotos electorales”.

 

 

El efecto fue inmediato. Los diputados del PSOE se removían entre el alivio y el miedo a que Rufián soltara más carnaza.

 

 

Sumar aplaudía bajito, sabiendo que Rufián juega su propio ajedrez. El PP, por su parte, vivía un funeral con corbata.

 

 

Feijóo intentó replicar, pero sonó a disco rayado. Rufián había pinchado el globo.

 

 

Todo el mundo sabía que García Ortiz había sido elegido por Sánchez para capear el temporal, pero nadie esperaba que cayera por proteger o perjudicar al entorno de Ayuso.

 

 

La UCO, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, seguía trabajando con “unas ideas” que no distinguen colores políticos.

 

 

El informe definitivo, que llegará al Supremo antes de Navidad, mantiene la acusación de revelación de secretos contra García Ortiz y añade un anexo de 42 páginas con indicios razonables de que la filtración formaba parte de una estrategia más amplia para desviar la atención del caso Coldo y presionar al entorno de Ayuso ante unas posibles elecciones madrileñas anticipadas.

 

 

 

En ese anexo aparecen nombres que hacen temblar: un alto cargo de la Fiscalía de Madrid, un inspector de Hacienda que cambió de destino tras la operación contra el novio de Ayuso, y hasta un mensaje de WhatsApp borrado donde alguien escribe “ya está hecho, ahora que ladren los de Génova”.

 

 

 

El PP, esa noche, vivió una guerra interna. Feijóo convocó una reunión de emergencia en Génova 13, preparó una ofensiva judicial para recurrir la condena del fiscal, una ofensiva mediática contra Rufián y ERC, y exigió la comparecencia urgente de Sánchez en el Congreso.

 

 

Pero el problema es que nadie sabe cómo contraatacar sin que les explote en la cara el tema del novio de Ayuso y el hermano de la presidenta, ambos bajo investigación.

 

 

Mientras tanto, Rufián se fue a tomar unas cañas por Malasaña, brindando con Otegui y otros diputados, y dejando claro que “el que tiene la información tiene el poder”.

 

 

En las redes sociales, su intervención se convirtió en trending topic en minutos. #RufiánSabeTodo y #AyusoNoSeToca arrasaron con más de medio millón de menciones.

 

 

Los memes de Feijóo con cara de susto y Ayuso como reina medieval intocable inundaron Twitter y WhatsApp.

 

 

Incluso Rufián retuiteó uno en el que aparecía como el mago Houdini escapando de una camisa de fuerza con el logo del PSOE, añadiendo: “A veces para salvar el barco hay que hundir un bote salvavidas”.

 

 

 

En las tertulias televisivas, el debate se encendió. Ana Rosa Quintana habló de ataque a la separación de poderes, Javier Maroto del PP balbuceó sobre los independentistas metiendo mano en la justicia, y Antonio Maestre remató con ironía: “Si la justicia es tan intocable, ¿por qué el novio de Ayuso pagó la multa el mismo día del chivatazo fiscal?”.

 

 

La audiencia explotó y la indignación se palpó en las calles, en los bares y en los mercados de Madrid y Barcelona. “Todos son unos ladrones, pero unos con más cara que otros”, comentaban los ciudadanos mientras compraban el pan.

 

 

 

El verdadero dolor de cabeza para el PP vino de sus propios votantes. En las asociaciones de víctimas de la corrupción empezaron las llamadas a Génova: “¿Por qué defendéis a Ayuso como si fuera la Virgen? ¿Y el caso de las mascarillas? ¿Cuándo vais a limpiar la casa?”.

 

 

Feijóo convocó una encuesta interna exprés y los resultados fueron demoledores: el 28% de los militantes madrileños cree que Ayuso debería dimitir si se confirma lo del novio. En Galicia, su feudo, el murmullo era claro: “Alberto, no te dejes mangonear por la madrileña”.

 

 

 

En el PSOE, el alivio duró poco. Sánchez dio una palmada en la espalda a Rufián en privado, pero en público solo un tuit tibio: “La justicia debe ser igual para todos”.

 

 

Sabe que la UCO no va a parar y que el informe sobre Cerdán sigue abierto. Bolaños, el ministro de Justicia, pasó la tarde en reuniones eternas planeando el relevo de García Ortiz con alguien que no huela a chamusquina.

 

 

La UCO es la verdadera protagonista de esta historia. Sus informes muestran un patrón de cooperación irregular entre Fiscalía y Hacienda para proteger a ciertos perfiles en casos fiscales.

 

 

El novio de Ayuso confesó un fraude de 350.000 euros en un correo que llegó a la prensa después de que el fiscal lo oliera.

 

 

Venganza, error o aviso de que en España la justicia es como el metro en hora punta: todos apretados, pero unos viajan en primera.

 

 

El discurso de Rufián puso el foco donde duele: la corrupción no tiene color, pero sí apellidos.

 

 

Mientras Feijóo y Ayuso se lamen las heridas, el resto de los ciudadanos se preguntan cuándo van a empezar a jugar limpio, o al menos a disimular mejor.

 

 

Porque lo que pasó no fue una anécdota parlamentaria, fue el día que se rompió el espejo en el que todos se miraban para decirse que eran los más guapos del baile mientras tenían las manos sucias.

 

 

La gente está harta de que el PP venda la moto de los caballeros blancos mientras Ayuso vive en un ático regalado y su novio defrauda a Hacienda.

 

 

Harta de que el PSOE hable de justicia social mientras Cerdán se lleva supuestamente un 2% de mordida y Ávalos cobra comisiones en mascarillas.

 

 

Y sobre todo, harta de que cuando alguien señala la corrupción del otro, la respuesta sea siempre “y tú más”.

 

 

Rufián, con todos sus defectos, hizo lo que ningún líder nacional se ha atrevido a hacer en 20 años: subir a la tribuna y decirles a los dos grandes, con nombres y apellidos, que son la misma mierda con distinto olor.

 

 

Lo hizo con datos, fechas y mensajes borrados. Y cuando terminó, no hubo respuesta posible. Ni Feijóo, ni Sánchez, ni Ayuso pudieron replicar.

 

 

Por primera vez en mucho tiempo, la gente comentó en el bar que todos son iguales, pero por fin alguien les ha puesto a todos en su sitio.

 

 

El relato del “y tú más” ya no lo controla ni el PP ni el PSOE, lo controla un diputado catalán que habla clarito y que, aunque mañana lo odies, hoy te ha hecho sentir que tu voto y tu indignación valen para algo.

 

 

El reloj corre rápido. Tenemos por delante la sentencia firme contra García Ortiz, el informe definitivo de la UCO sobre Cerdán y el 2% que puede salir cualquier viernes por sorpresa, la posible imputación del novio de Ayuso por blanqueo, y el juicio del procés con la amnistía en el aire.

 

 

España está en modo ruleta rusa y nadie sabe si la legislatura aguantará o estallará antes del verano.

 

 

 

La única forma de que esto cambie es que la gente deje de aplaudir a los suyos cuando roban y empiece a exigir lo mismo a todos: dimisión, investigación y cárcel si hace falta, sea del partido que sea.

 

 

Por eso, este vídeo y este análisis se han convertido en el principio del fin de una forma de hacer política que nos ha tenido engañados 40 años y el principio de algo nuevo que solo depende de la ciudadanía.

 

 

El futuro inmediato de España no está en manos de los partidos, sino de los ciudadanos que decidan dejar de aceptar la corrupción como parte del paisaje.

 

 

Si mañana seguimos igual, nos merecemos lo que tenemos. Pero si de verdad estamos hartos, este es el momento de exigir dignidad y justicia.

 

 

Porque cuando millones de españoles digan basta, no habrá fiscalía que tape, ni juez que mire para otro lado, ni medio de comunicación que pueda silenciarlo.

 

 

Entonces dimitirá quien tenga que dimitir, se investigará lo que haya que investigar y entrarán en la cárcel los que tengan que entrar.

 

 

Y por primera vez, podremos mirar a nuestros hijos a la cara y decirles, “Esto lo cambiamos nosotros”.

 

 

 

Así que comparte, comenta y exige. Porque esta vez no es izquierda contra derecha, es la gente contra los que nos toman por tontos.

 

 

Aquí no se rinde nadie. Que empiece la cuenta atrás para que se vayan todos los que nos han tomado por idiotas.

 

 

Nos vemos en la calle si hace falta. Hasta la victoria, compañeros. Siempre.