El reconocido discurso de RUFIÁN ante PP y Vox: “¿La moción de censura… para cuándo?”.

En el hemiciclo del Congreso, donde la palabra es arma y escudo, se ha vivido una de esas sesiones que trascienden el trámite parlamentario y se convierten en radiografía de un país en tensión.
El discurso que aquí analizamos, pronunciado en tono de denuncia y con la ironía como recurso, se ha convertido en viral por su capacidad de interpelar, incomodar y agitar el debate público.
No se trata solo de un relato sobre corrupción; es la crónica de una legislatura marcada por la polarización, la incertidumbre y el desencanto, pero también por la esperanza de una política que no renuncie a la dignidad ni a la memoria.
El orador, tras enviar un emotivo saludo a Borja Semper —un gesto que humaniza y rompe el hielo—, se adentra en una crítica feroz al estado actual de la política española.
El hemiciclo, a medio gas, es el símbolo de un país que parece funcionar a medias, donde la ausencia de líderes se convierte en metáfora de la falta de respuestas ante los grandes problemas nacionales.
La ironía sobre la hora del desayuno y la falta de asistencia da paso a un repaso mordaz de los últimos dos años, en los que figuras como Trump, Milei o Corina Machado han sido protagonistas de titulares, mientras en España el debate gira en torno a la corrupción y la legitimidad de sus líderes.
La pregunta clave, lanzada con insistencia y sarcasmo, es directa: “¿Para cuándo la moción de censura?” El orador interpela a Feijóo y Abascal, líderes de la oposición, invitándoles a tomar la iniciativa si realmente existe una mayoría de derechas y si la situación del país es tan insostenible como denuncian.
La moción de censura se convierte así en el espejo de las contradicciones de quienes critican pero no actúan, de quienes claman por el cambio pero parecen temer las consecuencias de liderarlo.
La corrupción, eje central del discurso, se aborda desde una perspectiva amplia y sin concesiones.
El caso Begoña Gómez, esposa del presidente Sánchez, se presenta como ejemplo de una judicialización excesiva y de un listón de malversación tan bajo que cualquier uso privado de recursos públicos podría ser considerado delito.
La comparación con el caso Rajoy, quien cargó los cuidados de su padre a los presupuestos generales, busca desnudar la doble vara de medir y la hipocresía institucional. “¿Dónde estaba el señor Peinado?”, pregunta el orador, señalando la selectividad de la justicia y el poder.
El caso del fiscal general del Estado es otro punto álgido. La paradoja de que quien cometió el delito —en referencia a González Amador, pareja de Ayuso, acusado de fraude fiscal y mordidas durante la pandemia— no sea el foco del proceso, sino el fiscal que supuestamente filtró información ya conocida por la prensa y el entorno político, revela el absurdo de una justicia instrumentalizada.
El papel de la fiscal jefe de Madrid, Almudena Lastra, que se negó a investigar miles de muertes en residencias durante la pandemia, añade una capa de indignación y memoria histórica que interpela a todos los presentes.
La denuncia de la corrupción se extiende a los cribados médicos en Andalucía y Madrid, donde la demora en diagnósticos de cáncer y la entrega de resultados post mortem a familiares se presentan como ejemplos de corrupción moral, más allá de la legal.
El orador denuncia la privatización y los recortes en sanidad pública, recordando que la lucha contra el cáncer no se gana con gestos simbólicos, sino con políticas reales y recursos efectivos.
La crítica a Mazón, ex presidente de la Generalitat Valenciana, es especialmente dura. Se le acusa de homicidio moral por su gestión durante la Dana y el metro de Valencia, y se señala a los diputados del PP como cómplices por haberle protegido hasta que el coste político fue insostenible.
La advertencia es clara: no repitan el trato dado a las víctimas, porque la sociedad ya no está dispuesta a mirar hacia otro lado.
El repaso a los casos de corrupción —Dana, Residencias, González Amador, Kitchen, Púnica, Gürtel, entre otros— sirve para subrayar que el Partido Popular, lejos de haber cerrado la etapa de la corrupción, sigue siendo protagonista de procesos judiciales que marcarán la agenda hasta 2030.
La ironía sobre los “863 millones de euros robados en la Gürtel” es un golpe directo a la legitimidad del PP para dar lecciones de moralidad.
Pero el discurso no se limita a la denuncia. Hay autocrítica dirigida al PSOE, acusado de haberse puesto de perfil ante los abusos del poder judicial y de haber ignorado las advertencias de quienes veían venir la ofensiva contra sindicalistas, feministas, periodistas y socialistas.
La llamada a “luchar contra la desigualdad, la precariedad y la vivienda” es una invitación a recuperar la iniciativa política y a no caer en la trampa de la resignación.
La vivienda, convertida en el gran tema de la legislatura, es el eje sobre el que pivota la nueva estrategia de la derecha, según el orador.
La referencia a la España de los toldos verdes, símbolo del franquismo y de la infravivienda, sirve para desmontar la nostalgia por una supuesta felicidad pasada.
La realidad de esos barrios era la miseria, el maltrato y el silencio, no la felicidad que ahora algunos reivindican como bandera.
El ejemplo del socialista musulmán que ha ganado la alcaldía de Londres enfrentándose a Trump y prometiendo vivienda, transporte y comida para todos, es la prueba de que la política útil y transformadora es posible.
La izquierda, dice el orador, debe ser menos pura y más inteligente, centrarse en cambiar leyes y realidades, no en buscar la aprobación de las redes sociales.
La seguridad y la migración, temas incómodos para la izquierda, se abordan con honestidad.
El orador reconoce que los flujos migratorios son un reto real para los barrios, que requieren políticas de integración, respeto y derechos para todos, sin caer en la negación ni en la exageración.
“No hablar de algo es no existir”, afirma, reivindicando el deber de la izquierda de no abandonar a la gente de sus barrios.
La ironía y el sarcasmo se presentan como la criptonita contra el fascismo, una herramienta para combatir la intolerancia sin caer en el compadreo ni en la complicidad.
El orador desafía a quienes mejor manejen el humor a que tomen la palabra y den lecciones, subrayando la importancia de no perder la capacidad de reírse del poder y de sí mismos.
La pregunta final sobre el futuro de la legislatura —¿qué ocurrirá antes, la moción de Feijóo o las elecciones de Sánchez?— resume la incertidumbre política de un país donde la resistencia del presidente y la presión de la oposición parecen medirse en materiales duros como el diamante o el grafito.
La referencia a Juns y Cataluña como negocio, más que patria, revela la complejidad de las alianzas y los intereses cruzados que definen el escenario actual.
El cierre, en catalán, es una llamada a la responsabilidad y a la disculpa pública por parte de Esquerra Republicana, en un gesto que reivindica la dignidad y la memoria frente a la mentira y la manipulación.
El aplauso final es el reconocimiento de una intervención que, lejos de ser un mero trámite, se ha convertido en un acto de resistencia y de denuncia.
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