(LO NUNCA VISTO)😱Abascal PROMETE ENCARCELAR a Sánchez y su CARA de PÁNICO es HISTORIA de España.
El lodo político y la batalla por el relato en España: entre la denuncia y la polarización.
La política española atraviesa una fase de máxima tensión, donde el debate parlamentario se ha transformado en un espacio de confrontación total, casi sin matices, y donde el discurso público se adentra en territorios de acusación, denuncia y dramatización.
El reciente discurso de Vox en el Congreso, dirigido contra el presidente Pedro Sánchez, es un ejemplo paradigmático de cómo la retórica política busca no solo señalar errores o responsabilidades, sino construir un relato totalizador que asocia el gobierno con la corrupción, el abuso de poder y la destrucción moral del país.
En este contexto, las palabras se cargan de dramatismo y de acusaciones graves, y el Parlamento se convierte en escenario de una batalla por la legitimidad y la memoria colectiva.
El discurso arranca con una acusación directa: el patrimonialismo del Estado. Se denuncia que el gobierno utiliza las instituciones no como herramientas al servicio del interés general, sino como recursos para favorecer a familiares, amigos y allegados.
La crítica se extiende al propio Feijóo, líder del Partido Popular, a quien se le reprochan supuestos contratos otorgados a su entorno en Galicia.
Pero el foco principal recae sobre Pedro Sánchez, a quien se acusa de haber convertido el gobierno en una “macrored de corrupción”, una estructura que, según la voz de Vox, opera sin límites para eludir la acción de la justicia y perpetuarse en el poder.
Esta narrativa, que mezcla hechos comprobables con interpretaciones maximalistas, busca situar a Sánchez no como un presidente legítimo, sino como un autócrata enamorado de sí mismo, capaz de perseguir a sus propias víctimas, de enviar policías a detener a quienes protestan y de utilizar la tragedia de la Dana en Valencia como cortina de humo para tapar sus propias miserias.
El discurso, lejos de ser una mera crítica política, se adentra en el terreno de la psicología y la moral, describiendo al presidente como un hombre “profundamente enamorado de sí mismo”, capaz de exigir aplausos a quienes han sufrido las consecuencias de su gestión.
La retórica alcanza su punto más alto cuando se acusa al gobierno de sadismo y crueldad, de enviar fuerzas de seguridad para reprimir a los damnificados por la catástrofe natural, de rechazar ayuda internacional y de criminalizar a los voluntarios.
Se denuncia que las políticas climáticas han contribuido a la tragedia, que la obsesión por la memoria histórica ha desenterrado odios y que los fanatismos de género, inmigración y fiscalidad han destruido la seguridad, la identidad y la economía del país.
El discurso se convierte así en una acusación global, donde todos los males de España se atribuyen a la acción o inacción del gobierno de Sánchez y a sus pactos con partidos de izquierda y nacionalistas.
En este relato, el lodo de Valencia se transforma en metáfora del lodo moral y político que, según Vox, cubre a toda España.
Se denuncia que el presidente, en vez de declarar la emergencia nacional, optó por el cálculo político, por la burocracia y el caos competencial, buscando dañar a sus adversarios y proteger a los suyos.
Se acusa a Sánchez de pactar con extremismos, de debilitar el Estado y de dejarlo a merced de sus enemigos, de poner en la calle a violadores y de destruir la industria y el campo por fanatismo climático.
El discurso, lejos de limitarse a la gestión de una crisis, busca construir una imagen apocalíptica del país bajo el gobierno socialista.
La apelación final es clara: Vox se presenta como la fuerza que resarcirá e indultará a las víctimas perseguidas por Sánchez, como el partido que pone a España y a los españoles por encima del Estado y de cualquier gobierno.
Se denuncia la complicidad del PP, a quien se acusa de pactar con el PSOE y de facilitar el asalto a las instituciones judiciales y constitucionales.
Se exige romper todos los pactos con el socialismo y comenzar una oposición “a la altura del desafío”, mientras se acusa a Sánchez de buscar perpetuarse en el poder como sus aliados internacionales y bolivarianos.
Este tipo de discurso, cargado de dramatismo y de acusaciones graves, responde a una lógica de polarización extrema que domina el debate público en España.
La política se ha convertido en una guerra de relatos, donde la legitimidad se disputa no solo en las urnas, sino en la construcción de una memoria colectiva que asocie al adversario con el mal absoluto.
La denuncia de la corrupción, el patrimonialismo y el abuso de poder son elementos legítimos del debate democrático, pero su formulación en términos de “lodo criminal”, de “macrored de corrupción” y de “sadismo presidencial” corre el riesgo de trivializar los hechos y de convertir la política en una lucha de percepciones, más que en un ejercicio de rendición de cuentas y búsqueda de soluciones.
La metáfora del lodo, repetida insistentemente a lo largo del discurso, es especialmente significativa.
No solo remite a la tragedia climática de Valencia, sino que se convierte en símbolo de la suciedad moral y política que, según Vox, cubre a toda España bajo el gobierno de Sánchez.
El lodo es la corrupción, la mentira, la traición y el abandono; es el resultado de políticas equivocadas, de pactos oscuros y de una obsesión por el poder que, según el relato, ha dejado a los españoles a la intemperie, desprotegidos y saqueados.
Es una imagen poderosa, capaz de movilizar emociones y de construir una identidad política basada en la denuncia y la resistencia.
Sin embargo, este tipo de discurso plantea riesgos evidentes para la calidad democrática y el funcionamiento institucional.
La acusación de que el gobierno utiliza la policía y la justicia para perseguir a sus adversarios, la denuncia de pactos para eludir la cárcel y la presentación de la oposición como única garantía de libertad y verdad pueden alimentar la desconfianza ciudadana y el descrédito de las instituciones.
La política, en vez de ser espacio de deliberación y búsqueda de consensos, se convierte en campo de batalla donde todo vale y donde el adversario es tratado como enemigo irreconciliable.
La apelación a la memoria histórica, a la identidad nacional y a la defensa de las víctimas son recursos habituales en la retórica de Vox, que busca presentarse como el partido de los españoles que sufren, de los olvidados y de los perseguidos.
La crítica a las políticas de género, inmigración y fiscalidad se enmarca en una visión global de la crisis española, donde todos los problemas se atribuyen a la acción de un gobierno “enamorado de sí mismo” y dispuesto a todo para perpetuarse en el poder.
La denuncia de la complicidad del PP y la exigencia de ruptura de pactos refuerzan la imagen de Vox como fuerza antisistema, dispuesta a enfrentarse a todos para salvar a España.
En última instancia, el discurso parlamentario se convierte en un ejercicio de construcción de relato, donde la denuncia y la dramatización buscan movilizar emociones, reforzar identidades y deslegitimar al adversario.
La política española, atrapada en la lógica de la polarización y la confrontación, corre el riesgo de perder el sentido del debate racional y de la búsqueda de soluciones compartidas.
El reto, para todos los actores, es recuperar el respeto institucional, el rigor en el análisis y la capacidad de distinguir entre la crítica legítima y la manipulación interesada.
La memoria del lodo, la denuncia de la corrupción y la defensa de las víctimas son elementos esenciales de la democracia.
Pero su utilización en clave de guerra total, de demonización del adversario y de dramatización extrema puede acabar dañando la confianza ciudadana y debilitando el sistema institucional.
España necesita recuperar el sentido común, el debate informado y la búsqueda de consensos, para superar la lógica del lodo y avanzar hacia una política más respetuosa, plural y eficaz.
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