PABLO MOTOS CARGA CONTRA TVE Y QUEDA EN EVIDENCIA. PATALETA RIDÍCULA…

 

 

 

 

 

 

El Hormiguero y Televisión Española: El pulso mediático que revela las grietas de la televisión pública y privada en España.

 

 

La televisión española ha sido, desde sus inicios, mucho más que un simple escaparate de entretenimiento.

 

 

En ella, se reflejan las tensiones políticas, los cambios sociales y, sobre todo, las batallas por la influencia y el relato.

 

 

La última polémica entre El Hormiguero y Televisión Española, amplificada por medios como El Mundo y por la reacción en redes sociales, no es solo una pelea de audiencias: es el síntoma de una transformación profunda en el ecosistema mediático nacional, donde la competencia, la ideología y la pluralidad chocan y conviven a partes iguales.

 

 

 

La noche en la que Pablo Motos y su equipo cargaron con dureza contra la cadena pública, tras perder el liderazgo de audiencia frente a La Resistencia de David Broncano y la visita estelar de Rosalía, se convirtió en un episodio que va mucho más allá de la rivalidad televisiva.

 

 

 

La reacción de El Hormiguero, entre la crítica y la pataleta, destapó viejas heridas y nuevas preguntas sobre el papel de la televisión pública en una sociedad cada vez más polarizada y exigente.

 

 

Octubre fue testigo de un cambio notable en los hábitos televisivos de los españoles.

 

 

Televisión Española, a través de sus programas informativos y de entretenimiento, logró superar en varias ocasiones a Antena 3 y Telecinco, cadenas privadas que históricamente han dominado el prime time.

 

 

 

Este éxito no se explica únicamente por la calidad de la programación, sino por una apuesta decidida por la pluralidad y la innovación, que ha sabido captar el interés de una audiencia cada vez más fragmentada y crítica.

 

 

Sin embargo, el avance de la televisión pública ha despertado recelos en ciertos sectores de la competencia privada, que ven en el éxito de RTVE una amenaza a su modelo de negocio y a su influencia política.

 

 

El discurso de Pablo Motos y sus colaboradores, acusando a Televisión Española de estar al servicio del “socialunismo global” y de Pedro Sánchez, es el reflejo de una tensión latente: la dificultad de aceptar que, en un mercado libre, la competencia puede venir también de lo público, y que la pluralidad puede ser rentable.

 

 

Uno de los argumentos recurrentes en la crítica a RTVE es la supuesta falta de neutralidad y el uso partidista de sus contenidos.

 

 

 

Se señala, con insistencia, que la cadena pública estaría orientada sistemáticamente a la vanagloria y propaganda del presidente del Gobierno, utilizando el presupuesto público para favorecer una línea editorial escorada a la izquierda.

 

 

La comparación con la BBC, donde la directora de informativos dimitió tras ser acusada de sesgo contra Donald Trump, sirve de punto de partida para analizar las diferencias y similitudes entre modelos de televisión pública.

 

 

¿Es posible una televisión pública verdaderamente neutral en un país tan polarizado como España? ¿O la exigencia de imparcialidad es, en realidad, una forma de exigir que la pluralidad incomode menos a quienes detentan el poder, sea del color que sea? La realidad es que, aunque RTVE tiene una línea editorial reconocible, también ha dado espacio a voces críticas y ha mantenido una programación variada que responde a los intereses de un público diverso.

 

 

 

El éxito de programas matinales como los de Silvia Chorrondo, que han superado en audiencia a sus competidores privados, demuestra que la televisión pública puede ser atractiva sin renunciar a su función de servicio público.

 

 

El debate sobre la manipulación informativa no es exclusivo de la izquierda o la derecha. Tanto Televisión Española como Telemadrid, y otras autonómicas, han sido acusadas en distintos momentos de favorecer al gobierno de turno.

 

 

Sin embargo, la reacción ciudadana suele estar condicionada por la afinidad política: se es crítico con la manipulación cuando afecta a los “otros”, pero se tolera cuando beneficia a los “nuestros”.

 

 

Esta actitud, lejos de fortalecer la democracia, la debilita, pues convierte la información en un campo de batalla y la televisión en un instrumento de poder.

 

 

La reflexión sobre el papel de los ciudadanos es fundamental. Si queremos una televisión pública de calidad, debemos exigir transparencia y neutralidad, pero también reconocer el valor de la pluralidad y la competencia.

 

 

La crítica debe ser igual de firme frente a la manipulación, venga de donde venga, y no caer en el bienquedismo que iguala lo incomparable.

 

 

La televisión pública no es perfecta, pero tampoco es el monstruo propagandístico que algunos pretenden dibujar.

 

 

La alternancia política es una realidad inevitable en cualquier democracia. Cuando la derecha vuelva al poder, como muchos anticipan, el futuro de Televisión Española estará en juego.

 

 

La experiencia reciente muestra que los cambios de gobierno suelen ir acompañados de renovaciones profundas en la dirección y la programación de la cadena pública, con el riesgo de convertirla en un instrumento de revancha y purga ideológica.

 

 

 

La amenaza de “fumarse” Televisión Española, de despedir a presentadores y periodistas incómodos, y de imponer una línea editorial afín al nuevo gobierno, es un escenario que preocupa a quienes defienden la independencia y la pluralidad.

 

 

La historia reciente, con los intentos del PP de fulminar a Silvia Chorrondo, Xavier Fortes y David Broncano, demuestra que la lucha por el control de la televisión pública está lejos de ser una cuestión menor.

 

 

La pregunta clave es si la sociedad española está dispuesta a aceptar que la televisión pública sea un botín político, o si exigirá mecanismos de protección y participación que garanticen su independencia y su función de servicio público.

 

 

 

La creación de medios alternativos, como los proyectos independientes que surgen en la red, es una respuesta necesaria para resistir frente al tsunami de la polarización y la manipulación.

 

 

Otra de las polémicas recientes ha sido la acusación, sin pruebas, de que el Gobierno controla las audiencias de Televisión Española a través de empresas como Kantar Media.

 

 

Esta teoría, difundida en programas como el de Ana Rosa y en ciertos sectores de la derecha mediática, alimenta la desconfianza y la conspiranoia, pero carece de fundamento real.

 

 

La explicación más sencilla, como recuerda la navaja de Occam, es que la gente prefiere ver los programas de RTVE porque le resultan más atractivos o diferentes, no porque exista un complot para manipular los datos.

 

 

La resistencia a aceptar el éxito de la televisión pública es, en parte, el resultado de un modelo mediático anquilosado, que no ha sabido adaptarse a los cambios sociales y tecnológicos.

 

 

 

La innovación, la pluralidad y la competencia son claves para revitalizar el sector y ofrecer a los ciudadanos una oferta variada y de calidad.

 

 

La televisión, como medio de comunicación de masas, tiene una responsabilidad fundamental en la construcción del relato democrático.

 

 

Su capacidad para informar, entretener y educar la convierte en un actor clave en la vida pública.

 

 

La polémica entre El Hormiguero y Televisión Española, lejos de ser un simple enfrentamiento por la audiencia, es el reflejo de una batalla más profunda por el control del relato y la influencia social.

 

 

La pluralidad, la competencia y la independencia son valores irrenunciables en la televisión pública y privada.

 

 

La crítica, el debate y la participación ciudadana son herramientas esenciales para garantizar que la información sea veraz, transparente y útil para la sociedad.

 

 

La tentación de convertir la televisión en un instrumento de propaganda debe ser combatida con firmeza, desde todos los sectores y sensibilidades.

 

 

La polémica desatada por El Hormiguero y la reacción de Televisión Española, amplificada por medios y redes sociales, invita a una reflexión profunda sobre el modelo de televisión que queremos para España.

 

 

¿Preferimos una televisión pública neutral, plural y de calidad, o aceptamos que sea un instrumento de poder y revancha política? ¿Estamos dispuestos a defender la independencia y la transparencia, o nos conformamos con la manipulación y el enfrentamiento?

 

 

La respuesta no es sencilla, pero el futuro de la televisión española depende de nuestra capacidad para debatir, exigir y construir espacios alternativos de información y participación.

 

 

La competencia, lejos de ser una amenaza, es una oportunidad para mejorar la calidad y ampliar la oferta. La pluralidad, lejos de ser un problema, es la garantía de una democracia viva y dinámica.

 

 

El reto está en nuestras manos. La televisión pública y privada, los medios alternativos y la ciudadanía tienen la responsabilidad de construir un relato democrático, plural y transparente.

 

 

Solo así podremos superar la crispación y la polarización, y avanzar hacia una sociedad más libre, informada y participativa.