La historia secreta de España que nadie te contó.

El verdadero origen de España: una historia de tribus, imperios y sueños de unidad.
La historia de España suele contarse desde la unión de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, en 1469, como el punto de partida de la nación moderna.
Sin embargo, esa visión tradicional es solo el final de un largo proceso, el cierre de un capítulo que comenzó muchos siglos antes, en una península marcada por la diversidad, la guerra y la ambición de unidad.
El nacimiento de España es una historia épica que se remonta mucho antes de la Edad Moderna, tejida por tribus olvidadas, invasiones brutales y el sueño de un rey visigodo que, 900 años antes de los Reyes Católicos, imaginó por primera vez una Hispania unida.
Para comprender cómo nació España, hay que retroceder a una época en la que la península ibérica era un mosaico caótico de pueblos y culturas.
En el sur y la costa mediterránea habitaban los íberos, agricultores y comerciantes que mantenían contacto con las grandes civilizaciones del Mediterráneo y dejaron obras de arte como la Dama de Elche.
En el centro y norte, los celtas vivían en castros fortificados, desarrollando una vida rural y guerrera.
En la meseta, la mezcla de íberos y celtas dio lugar a los celtíberos, famosos por su ferocidad y resistencia. Junto a ellos coexistían otros pueblos como los lusitanos, vascones y galaicos, cada uno con su idioma, dioses y conflictos.
La unidad era inexistente; la península era un rompecabezas sin encajar.
El primer intento de unificación vino de fuera. Los fenicios, expertos navegantes, fundaron Gadir (Cádiz) en busca de metales preciosos, seguidos por los griegos, que establecieron colonias como Emporion (Ampurias).
Pero el gran cambio llegó con Cartago, una potencia militar que, tras enfrentarse a Roma, vio en la península una fuente de recursos y soldados.
Liderados por los legendarios Amílcar y Aníbal Barca, los cartagineses conquistaron el sur y el este, fundando Kart Hadasht (Cartagena) como su capital. Por primera vez, una fuerza externa intentaba unificar grandes territorios bajo un solo poder.
La ambición cartaginesa chocó con la de Roma. La lucha por Sagunto, aliada de Roma, desencadenó la Segunda Guerra Púnica.
En 218 a.C., las legiones romanas desembarcaron en Ampurias, no para crear un país, sino para derrotar a Cartago.
Sin embargo, tras la victoria, Roma descubrió el potencial de la península y decidió quedarse.
Lo que parecía una conquista fácil se convirtió en una guerra de dos siglos contra pueblos que nunca se habían unido, pero que ahora encontraron en Roma un enemigo común.
La resistencia fue feroz. Viriato, un pastor lusitano convertido en genio militar, humilló a las legiones romanas con tácticas de guerrilla, uniendo tribus y demostrando que la península no sería sometida fácilmente.
Roma, incapaz de vencerlo en combate, recurrió a la traición y sobornó a sus hombres para asesinarlo.
Numancia, una ciudad celtíbera, se convirtió en símbolo de resistencia: durante casi veinte años desafió a Roma, que tuvo que enviar a Escipión Emiliano, destructor de Cartago, para rendirla por hambre tras trece meses de asedio.
Los numantinos prefirieron la muerte antes que la esclavitud, y su sacrificio dio origen a la expresión “resistencia numantina”.
Finalmente, tras 200 años de guerras, Roma logró someter la península y comenzó la verdadera transformación.
Por primera vez, toda la península quedó unida bajo una sola ley, administración y nombre: Hispania.
El término, probablemente de origen fenicio, fue adoptado por los romanos para designar una de sus provincias más ricas.
La romanización cambió todo: carreteras conectaron el territorio, se construyeron acueductos como el de Segovia, teatros como el de Mérida y puentes como el de Alcántara, que aún resisten el paso del tiempo.
El latín se convirtió en el idioma común, germinando las lenguas romances que hoy se hablan en España y Portugal.
Las leyes romanas sentaron las bases del sistema jurídico actual, y la élite hispana se integró plenamente en el mundo romano, dando al imperio figuras como Séneca, Lucano, Trajano y Adriano.
Con Roma, por primera vez, los habitantes de la península compartieron una identidad común, aunque impuesta.
Los cimientos de España estaban puestos, pero sobre un imperio que comenzaba a desmoronarse.
A finales del siglo V, la corrupción y las crisis internas debilitaron a Roma, que ya no podía defender sus fronteras.
En el invierno de 409, pueblos germánicos como suevos, vándalos y alanos cruzaron los Pirineos y arrasaron la península.
El orden romano desapareció y, para controlarlo, Roma pactó con los visigodos, otro pueblo germánico, ofreciéndoles tierras a cambio de expulsar a los invasores.
Los visigodos, sin embargo, tenían sus propios planes. Tras la caída definitiva de Roma, se instalaron en la península y establecieron su capital en Toledo.
Eran una minoría entre millones de hispanorromanos, hablaban gótico, practicaban el cristianismo arriano (considerado herético por los católicos locales) y prohibían matrimonios mixtos.
La unidad de Hispania estaba rota, pero todo cambió con la llegada al trono de Leovigildo en 569.
Leovigildo fue más que un jefe bárbaro; fue un político visionario que soñó con restaurar la unidad de la Hispania romana bajo su corona.
Con campañas militares incansables, anexionó el reino de los suevos, luchó contra los vascones y los bizantinos, y por primera vez desde la caída de Roma, un solo rey gobernaba casi toda la península.
Pero Leovigildo sabía que la unidad no podía basarse solo en la fuerza; necesitaba crear una identidad común.
Permitió matrimonios entre visigodos e hispanorromanos, unificó leyes y adoptó símbolos romanos: puso su rostro en monedas, usó trono y ropas imperiales, y fundó una capital real en Toledo. Su objetivo era ser el rey de Hispania, no solo de los godos.
Su único gran fracaso fue la religión. Intentó imponer el arrianismo a los católicos, lo que desató una guerra civil con su hijo Hermenegildo, quien fue ejecutado tras la derrota.
Sin embargo, la semilla de la unidad estaba plantada. Su hijo Recaredo comprendió que la verdadera unificación solo sería posible aceptando la fe de la mayoría.
En el III Concilio de Toledo en 589, Recaredo abandonó el arrianismo y convirtió al reino al catolicismo.
Así nació el Regnum Hispaniae, el reino visigodo de Toledo: por primera vez, un estado independiente y unificado gobernaba la península con una ley, un rey y una fe.
Este fue el primer borrador de España, pero pronto se vería amenazado por nuevas tormentas.
Las décadas siguientes estuvieron marcadas por conspiraciones, asesinatos y guerras entre nobles.
El sistema electivo del rey provocaba luchas constantes por el trono, y la debilidad interna explotó tras la muerte del rey Witiza.
Una parte de la nobleza, en medio de una guerra civil, pidió ayuda a los gobernadores musulmanes del norte de África.
En 711, Tarik ibn Ziyad cruzó el estrecho de Gibraltar con un pequeño ejército bereber.
La traición de parte del ejército visigodo permitió la victoria musulmana en la batalla de Guadalete y la muerte del rey Rodrigo.
El reino visigodo, que tardó un siglo en construirse, se derrumbó en menos de diez años.
La península se convirtió en Al-Ándalus, una provincia del califato omeya, que pronto floreció como uno de los centros culturales más avanzados de la época.
Sin embargo, en las montañas del norte, un pequeño grupo de nobles visigodos y locales se negó a someterse.
Liderados por Don Pelayo, lograron una victoria en Covadonga hacia el 722, considerada el inicio de la Reconquista.
Para los reinos cristianos del norte, la invasión musulmana no fue solo una conquista, sino la pérdida de España.
Su lucha se convirtió en una misión sagrada: restaurar la unidad política y religiosa que Leovigildo y Recaredo habían creado.
El mito de la España perdida se convirtió en el motor ideológico de la Reconquista, que durante casi 800 años impulsó a los reinos cristianos a buscar la reunificación.
La Reconquista no fue un proceso lineal, sino una sucesión de guerras, alianzas y periodos de paz.
Los reinos cristianos luchaban entre sí tanto como contra Al-Ándalus, pero la idea de restaurar la Hispania unida nunca desapareció.
El punto de inflexión llegó en 1212 con la batalla de las Navas de Tolosa, cuando Castilla, Aragón y Navarra se unieron para derrotar al poder musulmán.
En las décadas siguientes, Fernando III de Castilla conquistó Córdoba y Sevilla, y para mediados del siglo XIII solo quedaba el reino de Granada como bastión musulmán.
La península estaba dominada por dos superpotencias cristianas: Castilla, gigante y militarista, y Aragón, más pequeño pero con un imperio comercial mediterráneo.
La unificación parecía cercana, aunque dividida en dos bloques rivales. Todo cambió en 1469 con la boda secreta entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
No fue una unión de amor, sino una jugada política que permitió a ambos gobernar juntos bajo el lema “Tanto monta, monta tanto”.
Cada corona mantuvo sus leyes y fronteras, pero trabajaron por los mismos objetivos: centralizar el poder, someter a los nobles rebeldes, crear un ejército permanente y completar la Reconquista.
Tras diez años de guerra, el 2 de enero de 1492, el último emir Boabdil entregó Granada a los Reyes Católicos.
Ese año, además, se decretó la expulsión de los judíos y se financió el viaje de Cristóbal Colón, que daría inicio al imperio global español.
Con Isabel y Fernando, el proceso de siglos llegó a su clímax: no crearon España de la nada, sino que unieron las piezas más grandes de un puzle milenario.
Fueron herederos de la Hispania romana, del sueño visigodo de Leovigildo y de los siete siglos de Reconquista.
Por tanto, ¿cuándo nació España? No hay una fecha exacta ni un momento único.
España se construyó en el fuego de las guerras contra Roma, se moldeó en las carreteras y acueductos de la romanización, tuvo su primer borrador político bajo Leovigildo y Recaredo, y renació como mito tras la derrota de 711.
Ese ideal de unidad, alimentado por la nostalgia y la ambición, fue el motor que finalmente llevó a la unión de Isabel y Fernando y la conquista de Granada.
La historia del nacimiento de España es la de un proceso larguísimo, violento y complejo, en el que un caos de tribus se transformó, a través de invasiones, sueños y guerras, en una de las naciones más antiguas del mundo.
Su identidad no es una foto fija, sino una película que lleva más de dos mil años rodándose y que, en muchos sentidos, aún sigue escribiéndose.
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