Mucho se hablado de lo que dijo Feijóo sobre los andaluces: muy pocos como lo ha hecho Jordi Évole.
Puestos a contar, lo resume todo con 11 palabras.

La España de hoy, la que se debate entre luces navideñas y kilómetros de costa, entre el humor y la indignación, entre el poder de los símbolos y el peso de las palabras, es también la España de la confrontación política, de la competencia por la imagen y el relato, y de la necesidad de voces que sepan mirar más allá de la superficie.
En este escenario, la figura de Jordi Évole se alza como uno de los referentes del periodismo español contemporáneo, capaz de conjugar la ironía con la denuncia social, el análisis político con la empatía hacia los más vulnerables.
Évole, galardonado con tres Premios Ondas, el Premio Ciudad de Barcelona y el Manuel Vázquez Montalbán al periodismo cultural y político, entre otros reconocimientos, ha vuelto a demostrar en su columna para La Vanguardia que el periodismo puede y debe ser incómodo, irreverente, pero también profundamente humano.
Su artículo, publicado este sábado, no solo responde a las polémicas declaraciones del líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, sobre los andaluces, sino que aprovecha para pintar un retrato de la España actual, en la que la política parece haberse convertido en una competición de récords y titulares.
Todo comenzó con una frase de Feijóo durante la cena navideña del PP de Madrid, en la que el presidente de los populares, con tono jocoso, aseguró que “los gallegos tenemos los mayores kilómetros de costa de España”.
“Ya sé que los andaluces no están de acuerdo, pero no saben contar”, añadió, desatando una oleada de reacciones en redes y medios, donde el humor y la crítica se mezclaron en un debate sobre el respeto, la identidad y la convivencia entre regiones.
Jordi Évole, que había pasado una semana en Madrid, inicia su columna con una reflexión casi costumbrista sobre el bullicio de la capital en vísperas de Navidad. “Siempre aprendo cosas cuando voy a la capital”, escribe, antes de ironizar sobre la mala idea de reservar un hotel en la calle Preciados durante estas fechas.
Pero su mirada no tarda en desviarse hacia la política, y lo hace con la agudeza que lo caracteriza: “Después de una semana por Madrid, uno vuelve con la sensación de que todo es una competición. Quién tiene el árbol más alto, quién pone más luces, quién tiene más kilómetros de costa…”
En este contexto, Évole aprovecha para lanzar una crítica directa a Xavier García Albiol, alcalde de Badalona, tras la polémica por el desalojo de personas sin hogar que dormían en un instituto abandonado.
“Curioso personaje García Albiol. Dicen que no parece del PP. ¿A qué se parecerá, entonces? Adivínenlo.
Y sacando mayorías absolutas el tío, porque él sí que conecta con la gente, y planta cara a los delincuentes, porque si son negros y pobres, seguro que son delincuentes”, escribe Évole, en un ejercicio de sarcasmo que denuncia el racismo y la demagogia presentes en ciertos discursos políticos.
El periodista catalán no se queda ahí. Utiliza el ejemplo de la competición por el árbol de Navidad más alto, en la que Albiol compite con el alcalde de Vigo, Abel Caballero, obsesionado con iluminar la ciudad y, según Évole, “soñando con poner luces que den la vuelta por toda la costa gallega”.
El trasfondo, más allá del chiste, es el de una política convertida en espectáculo, donde la gestión pública parece medirse por la capacidad de atraer titulares, turistas y votos, más que por la resolución de los problemas reales de la ciudadanía.
Es aquí donde la columna de Évole alcanza su mayor profundidad, al conectar la anécdota de Feijóo con el debate sobre la identidad española, la convivencia entre regiones y la deriva populista de ciertos líderes.
“Las últimas semanas de campaña de Núñez Feijóo siempre son gloriosas”, apunta, en referencia a los momentos en que el líder popular recurre a la ironía y la provocación para movilizar a su electorado.
Pero, para Évole, el problema no es solo el tono, sino el mensaje que subyace: la política como competición, como suma de récords, como pugna por ser “más” que el otro.
“Todo es una competición: quién tiene más kilómetros de costa, quién tiene el árbol más alto, quién pone más luces en su ciudad, quién tiene más acosadores, más corruptos, quién echa a más inmigrantes, quién logra parecerse más a la extrema derecha, que es lo que se lleva ahora, como si fuese un tractor amarillo”, concluye Évole, en una frase que resume el clima de polarización y superficialidad que atraviesa la vida pública española.
La columna de Évole no es solo una crítica a Feijóo, a Albiol o a Caballero. Es, sobre todo, una llamada de atención sobre los riesgos de una política basada en la confrontación, la simplificación y el espectáculo.
El periodista recuerda, con su habitual ironía, que las palabras tienen consecuencias, que los estereotipos y prejuicios pueden alimentar el odio y la exclusión, y que el verdadero reto para los líderes políticos debería ser construir puentes, no levantar muros.
En un país marcado por la diversidad territorial, lingüística y cultural, el respeto mutuo y la cooperación son valores esenciales para garantizar la convivencia y el progreso.
La España plural, la que Évole reivindica en sus trabajos y reportajes, es la que sabe reírse de sí misma sin caer en el desprecio, la que celebra sus diferencias sin convertirlas en armas arrojadizas, la que entiende que el humor puede ser una herramienta de crítica, pero nunca una excusa para la humillación.
El papel del periodismo, en este contexto, es más importante que nunca. Jordi Évole, con su trayectoria y su estilo inconfundible, demuestra que se puede ejercer la crítica sin perder la empatía, que se puede denunciar la injusticia sin caer en el cinismo, que se puede hacer reír y pensar al mismo tiempo.
Su columna en La Vanguardia es un ejemplo de cómo el periodismo puede contribuir a elevar el debate público, a cuestionar los discursos oficiales y a dar voz a quienes suelen quedar al margen.
No es casualidad que Évole haya recibido algunos de los premios más prestigiosos del periodismo español.
Su trabajo en televisión, primero en “Salvados” y luego en “Lo de Évole”, ha sido reconocido por su capacidad para abordar los temas más controvertidos con honestidad, rigor y sensibilidad.
Desde la crisis de los refugiados hasta la memoria histórica, desde la corrupción política hasta la desigualdad social, Évole ha sabido poner el foco en los asuntos que realmente importan, sin dejarse llevar por la moda o la presión mediática.
En el debate sobre los kilómetros de costa, las luces navideñas y los árboles gigantes, Jordi Évole nos recuerda que la verdadera competición debería ser por ver quién logra construir una sociedad más justa, más inclusiva, más solidaria.
Que el periodismo tiene la responsabilidad de cuestionar el poder, de desmontar los tópicos y de dar voz a los silenciados. Que la política, lejos de ser un concurso de egos y titulares, debe estar al servicio de la ciudadanía.
La polémica desatada por las palabras de Feijóo es solo un síntoma de una enfermedad más profunda: la tentación de reducir la vida pública a una suma de cifras, récords y ocurrencias.
En ese contexto, la voz de Évole es necesaria para recordar que España es mucho más que sus costas, sus árboles o sus luces.
Es una comunidad de personas diversas, con historias, sueños y desafíos que merecen ser escuchados y respetados.
La columna de Évole, como buena parte de su trabajo, invita a la reflexión y al diálogo.
Nos anima a mirar más allá de la anécdota, a preguntarnos por los valores que queremos defender como sociedad, a exigir a nuestros líderes algo más que espectáculo y provocación.
En tiempos de polarización y ruido, el periodismo comprometido es más necesario que nunca.
Quizás, como sugiere Évole, la verdadera competición debería ser por ver quién logra parecerse menos a la extrema derecha, quién apuesta más por la inclusión y la justicia social, quién planta cara al racismo y la exclusión, quién se atreve a desafiar los prejuicios y los estereotipos.
Esa es la España que merece ser celebrada y defendida, más allá de las cifras y los récords.
Mientras tanto, Jordi Évole sigue ejerciendo su oficio con la pasión y el compromiso que lo han convertido en uno de los periodistas más respetados del país.
Su columna en La Vanguardia es una muestra de que, frente a la superficialidad y el espectáculo, todavía hay espacio para el análisis, la crítica y la esperanza.
Porque, al fin y al cabo, el periodismo sigue siendo el mejor antídoto contra la ignorancia y el conformismo.
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