ERNESTO EKAIZER COLAPSA en DIRECTO y SE VUELVE COMPLETAMENTE LOCO.

 

 

 

 

 

 

 

 

La batalla por el relato: delirios, conspiraciones y el desafío de la opinión pública en la televisión española.

 

 

 

En la España de hoy, la política y la actualidad informativa se han convertido en un espectáculo de alta tensión, donde la frontera entre la información, el análisis y la ficción parece cada vez más difusa.

 

 

El espacio televisivo, especialmente en tertulias como “Malas Lenguas” de Jesús Cintora, se ha transformado en un ring donde los participantes no solo debaten hechos, sino que compiten por imponer relatos, justificar posiciones y, en ocasiones, deslizar teorías que rozan el delirio conspirativo.

 

 

 

El caso de las investigaciones sobre el PSOE, las detenciones y las tramas mafiosas que se le atribuyen, junto al papel de figuras como José Luis Rodríguez Zapatero y organismos como la UCO y la UDEF, han catalizado un debate que ilustra a la perfección el estado de la opinión pública y el poder de la televisión en la construcción de percepciones colectivas.

 

 

 

El punto de partida es revelador: Ernesto Ekaizer, periodista veterano y habitual de las tertulias televisivas, exhorta a la audiencia a “abrir los ojos”, sugiriendo que detrás de las investigaciones judiciales y policiales contra el PSOE y Zapatero hay una campaña internacional perfectamente orquestada.

 

 

Según su relato, la raíz de los problemas del socialismo español no está en los hechos que se investigan, sino en una operación global que involucra a la oposición venezolana, el gobierno de Estados Unidos y sectores policiales españoles.

 

 

 

La figura de Hugo Carvajal, exjefe de la inteligencia militar venezolana, extraditado a Estados Unidos y enfrentado abiertamente a Zapatero, se convierte en un símbolo de ese supuesto complot, que Ekaizer vincula con negocios de oro y otras materias primas en Venezuela, y con el rescate de la aerolínea Plus Ultra.

 

 

 

El relato de Ekaizer, por momentos, roza lo surrealista. Habla de la UCO como “la cabeza del doble poder en España”, un organismo policial que, junto a sus “satélites políticos”, estaría impulsando una investigación prospectiva contra Zapatero, presentada como un “golpe de estado judicial y político”.

 

 

 

La UDEF, por su parte, aparece en el relato como otro brazo de ese supuesto poder oculto, capaz de despertar y actuar en función de intereses oscuros, mientras se deslizan insinuaciones sobre corrupción interna y pagos millonarios a funcionarios.

 

 

Todo ello, según Ekaizer, formaría parte de una ofensiva coordinada para desacreditar al PSOE y a Zapatero, con resonancias internacionales y vínculos con la crisis venezolana.

 

 

 

Lo llamativo no es solo el contenido de estas teorías, sino la naturalidad con la que se exponen en televisión pública, sin apenas oposición ni contraste.

 

 

El tono de la tertulia oscila entre la indignación, la ironía y el sarcasmo, y el discurso se adentra en comparaciones tan extremas como equiparar la actuación de la UCO con el “genocidio de Gaza”.

 

 

La exageración, el insulto y la descalificación personal se convierten en recursos habituales, y la defensa del PSOE y Zapatero adopta tintes casi mesiánicos, como si se tratara de víctimas de una conspiración global destinada a destruirlos.

 

 

 

Esta deriva del debate mediático plantea cuestiones de fondo sobre el papel de la televisión en la formación de la opinión pública y el riesgo de trivializar asuntos de enorme gravedad.

 

 

 

La investigación sobre el rescate de Plus Ultra, por ejemplo, no es un asunto menor: implica el uso de fondos públicos en el contexto de la pandemia para salvar una aerolínea con vínculos opacos y escasa relevancia operativa.

 

 

Las relaciones de Zapatero con el régimen de Maduro, las gestiones diplomáticas y la defensa del gobierno venezolano en foros internacionales son hechos que merecen un análisis serio y documentado, lejos de la conspiranoia y la apología acrítica.

 

 

 

El problema es que, en el ecosistema mediático actual, el relato importa tanto o más que los hechos.

 

 

La construcción de una narrativa de “golpe de estado judicial” permite a los defensores del PSOE y Zapatero esquivar la rendición de cuentas y presentar cualquier investigación como una persecución política.

 

 

La UCO y la UDEF, organismos policiales encargados de luchar contra la corrupción, son convertidos en enemigos del pueblo, brazos de una supuesta “policía patriótica” al servicio de intereses extranjeros.

 

 

 

El resultado es una confusión generalizada, donde la presunción de inocencia se diluye en el griterío y la sospecha se convierte en certeza para quienes comparten la misma trinchera ideológica.

 

 

 

La televisión, en este contexto, actúa como amplificador de las pasiones y las paranoias colectivas.

 

 

Los tertulianos, lejos de ejercer como analistas o periodistas, se convierten en actores de una representación donde lo importante es la fuerza del argumento y la capacidad de convencer, no la veracidad de los hechos.

 

 

 

El espectáculo prima sobre la información, y el público, cada vez más polarizado, busca en la pantalla la confirmación de sus prejuicios y temores.

 

 

La defensa de la presunción de inocencia se confunde con la negación de cualquier responsabilidad, y la crítica razonada es sustituida por el insulto y la descalificación.

 

 

Este fenómeno no es exclusivo de la televisión española, pero en el caso de RTVE adquiere una dimensión especial por tratarse de un medio público, financiado por todos los ciudadanos y llamado a garantizar el pluralismo, la objetividad y el rigor informativo.

 

 

 

La deriva de las tertulias hacia el espectáculo y la conspiranoia pone en cuestión la función social de la televisión y su capacidad para contribuir a una democracia sana y deliberativa.

 

 

La confusión entre información y opinión, entre hechos y relatos, alimenta la desconfianza y el descrédito institucional, y dificulta la tarea de distinguir entre la crítica legítima y la manipulación interesada.

 

 

 

La reacción de los participantes en la tertulia es reveladora. Ante las teorías de Ekaizer, algunos se muestran incómodos, otros intentan rebatir con argumentos, pero la dinámica del programa favorece la confrontación y la espectacularidad.

 

 

El debate sobre la presunta corrupción del PSOE, el papel de Zapatero en Venezuela y el rescate de Plus Ultra se convierte en una batalla de relatos, donde lo importante no es esclarecer los hechos, sino ganar la guerra de la percepción pública.

 

 

La acusación de “golpe de estado judicial” se convierte en un mantra, repetido hasta la saciedad, mientras se descalifica a la policía, la justicia y cualquier institución que no se pliegue al relato oficial.

 

 

La lógica de la conspiración, en este sentido, es peligrosa. Permite justificar cualquier acción, negar cualquier responsabilidad y presentar a los investigados como mártires de una causa superior.

 

 

La comparación con el genocidio de Gaza, aunque grotesca, ilustra la tendencia a equiparar la investigación judicial con la persecución política y la represión.

 

 

El resultado es una trivialización de los hechos y una deslegitimación de las instituciones, que pone en riesgo el funcionamiento de la democracia y la confianza de los ciudadanos en el estado de derecho.

 

 

La defensa cerrada de Zapatero y el PSOE, articulada en torno a la idea de una conspiración internacional, es también una estrategia política.

 

 

Permite movilizar a la base, cohesionar el electorado y desviar la atención de los problemas reales.

 

 

El rescate de Plus Ultra, las relaciones con Venezuela y las investigaciones policiales son presentados como parte de una ofensiva global, y cualquier intento de esclarecer los hechos es interpretado como un ataque al partido y a sus líderes.

 

 

El relato se impone sobre la realidad, y la batalla por la opinión pública se convierte en el objetivo principal.

 

 

 

Sin embargo, la estrategia del relato tiene límites. La acumulación de hechos, la persistencia de las investigaciones y la transparencia institucional son elementos que, tarde o temprano, acaban imponiéndose sobre la ficción.

 

 

La opinión pública, aunque influida por el espectáculo televisivo, demanda explicaciones, rendición de cuentas y responsabilidad.

 

 

La trivialización de la corrupción, la descalificación de la justicia y la apología de la conspiración pueden servir para ganar tiempo, pero no para resolver los problemas de fondo.

 

 

En última instancia, la tertulia televisiva es un espejo de la sociedad española: refleja sus miedos, sus pasiones y sus contradicciones.

 

 

El desafío es recuperar el sentido del debate público, reivindicar el rigor informativo y apostar por una democracia deliberativa, donde los hechos importen más que los relatos y la rendición de cuentas sea la norma, no la excepción.

 

 

La televisión, como medio de referencia, tiene la responsabilidad de contribuir a ese objetivo, evitando la tentación de convertir la política en un espectáculo y la información en una batalla de relatos.

 

 

 

La investigación sobre el PSOE, Zapatero y el rescate de Plus Ultra merece un análisis serio, documentado y plural.

 

 

Las instituciones deben ser respetadas y fortalecidas, y la presunción de inocencia debe convivir con la exigencia de responsabilidad.

 

 

El espectáculo, la conspiración y la manipulación interesada son enemigos de la democracia y de la confianza pública.

 

 

El reto es grande, pero imprescindible: recuperar el sentido común, el rigor y la honestidad en el debate político y mediático. Solo así será posible avanzar hacia una sociedad más informada, crítica y democrática.