Ndongo se cruza con Sarah Santaolalla y le SUELTA LO QUE NADIE SE ATREVE: “Estás en TV por mamar…”.

 

 

 

 

 

 

 

El debate público y la degradación del discurso: la crispación mediática y la polarización en España.

 

 

 

En los últimos años, el espacio mediático y político español ha experimentado una transformación profunda, marcada por la polarización, el enfrentamiento y la creciente degradación del discurso público.

 

 

 

Las redes sociales, los platós de televisión y los debates radiofónicos se han convertido en escenarios donde la confrontación se impone a la argumentación, y donde la descalificación personal y el insulto parecen haber desplazado la discusión racional y el intercambio de ideas.

 

 

El diálogo reproducido en la transcripción anterior es solo una muestra de este clima de crispación, pero también es reflejo de tendencias y dinámicas que atraviesan toda la esfera pública.

 

 

La escena, protagonizada por periodistas y tertulianos, pone de manifiesto la tensión permanente entre quienes ocupan espacios de poder mediático y quienes aspiran a acceder a ellos.

 

 

La acusación de estar “pagado por el PP y Vox”, la referencia a los sueldos de televisión pública y la insinuación de que determinados programas responden a intereses políticos o económicos son expresiones de una sospecha generalizada sobre la independencia de los medios y la integridad de sus profesionales.

 

 

Esta sospecha, alimentada por la falta de transparencia y por la instrumentalización partidista de las cadenas públicas y privadas, contribuye a erosionar la confianza ciudadana en el periodismo y en la información que recibe.

 

 

 

La crispación se traduce, en muchos casos, en ataques personales y en la utilización de argumentos ad hominem.

 

 

Las acusaciones de acoso, de agresión o de haber “baboseado” a compañeras en el trabajo no solo buscan desacreditar al interlocutor, sino que también reflejan la normalización de la violencia verbal y la falta de límites en el debate público.

 

 

El insulto y la amenaza —“lo último que me importáis sois una mierda como vosotros”— son síntomas de una cultura política donde la enemistad sustituye al adversario y donde la victoria se mide en términos de humillación del otro.

 

 

Este clima de confrontación no es exclusivo de los platós de televisión. La política institucional y el periodismo parlamentario han asumido, en buena parte, las lógicas de la polémica y del espectáculo.

 

 

Los debates en el Congreso y en el Senado, las ruedas de prensa y las entrevistas a líderes políticos reproducen, con frecuencia, las dinámicas de las tertulias televisivas: interrupciones constantes, descalificaciones personales y una tendencia a reducir los problemas complejos a eslóganes y frases hechas.

 

 

La pregunta sobre la filiación política —“¿Eres del PSOE o no?”— ilustra la obsesión por etiquetar y clasificar a los interlocutores, anulando la posibilidad de matices y de posiciones intermedias.

 

 

 

La polarización política, que ha alcanzado niveles inéditos en España desde la Transición, se alimenta de estos mecanismos de simplificación y de enfrentamiento.

 

 

El debate público se ha convertido en un campo de batalla donde los partidos y sus portavoces compiten por imponer su relato y por deslegitimar al adversario.

 

 

La lógica binaria —“o estás conmigo o estás contra mí”— impide la construcción de consensos y favorece la radicalización de posiciones.

 

 

La presencia de fuerzas políticas como Vox, que han hecho de la confrontación y de la denuncia de la “corrección política” su principal bandera, ha intensificado aún más esta dinámica, arrastrando a otros partidos y a los medios de comunicación a una espiral de crispación.

 

 

 

La instrumentalización de los medios públicos y privados por parte de los partidos políticos es otro factor que contribuye a la degradación del debate.

 

 

Las acusaciones sobre los sueldos de los periodistas, la financiación de los programas y la supuesta manipulación informativa por parte de los gobiernos de turno son habituales en la discusión pública.

 

 

La referencia al “dinero del contribuyente” y a los programas que “cobran más del PP y Vox” refleja la percepción de que los medios han dejado de ser espacios de información y de análisis para convertirse en instrumentos de propaganda y de lucha partidista.

 

 

 

La precarización del periodismo, la presión de las audiencias y la lógica del clickbait han favorecido la proliferación de formatos donde el enfrentamiento y el escándalo se convierten en el principal atractivo.

 

 

Los programas de tertulia, las entrevistas polémicas y los debates televisivos priorizan el espectáculo sobre el contenido, y fomentan la cultura del zapping y de la indignación permanente.

 

 

Los periodistas y tertulianos, sometidos a la presión de destacar y de captar la atención del público, recurren cada vez más a la provocación y a la polémica, en detrimento de la información rigurosa y del análisis en profundidad.

 

 

La normalización de la violencia verbal y del insulto tiene consecuencias graves para la salud democrática y para la convivencia social.

 

 

El desprecio por el adversario, la negación de la legitimidad del otro y la tendencia a reducir los problemas a cuestiones personales impiden la construcción de un espacio público plural y respetuoso.

 

 

La democracia exige la posibilidad de disentir y de debatir en condiciones de igualdad, pero también requiere el reconocimiento del otro como interlocutor válido y la disposición a escuchar y a aprender de posiciones diferentes.

 

 

La cultura política española, marcada históricamente por el enfrentamiento y la división, se ve agravada por la crisis de confianza en las instituciones y por el descrédito de los partidos y de los medios.

 

 

La corrupción, la falta de transparencia y la instrumentalización partidista han minado la credibilidad de los actores políticos y mediáticos, y han alimentado la percepción de que todo es una lucha por el poder y por el dinero.

 

 

La referencia a los sueldos de los periodistas y a la financiación de los programas es expresión de esta desconfianza, pero también de la dificultad para distinguir entre información, opinión y propaganda.

 

 

La crisis de la conversación pública tiene también una dimensión generacional y tecnológica.

 

 

Las redes sociales, con su lógica de viralidad y de anonimato, han multiplicado las posibilidades de insulto y de acoso, y han facilitado la difusión de discursos de odio y de noticias falsas.

 

 

La fragmentación del espacio mediático y la aparición de nuevos actores —influencers, youtubers, cuentas anónimas— han transformado las reglas del juego y han desplazado a los medios tradicionales como principales referentes informativos.

 

 

La competencia por la atención y por la influencia se traduce en una radicalización de los mensajes y en una tendencia a la simplificación y al enfrentamiento.

 

 

La degradación del discurso público no es irreversible. Existen iniciativas y movimientos que defienden la recuperación de la conversación racional, el respeto por la pluralidad y la promoción de la información rigurosa y contrastada.

 

 

 

La educación cívica, la alfabetización mediática y la regulación de los contenidos digitales son herramientas fundamentales para combatir la polarización y para reconstruir la confianza en las instituciones y en los medios.

 

 

Los periodistas, los políticos y los ciudadanos tienen la responsabilidad de contribuir a la creación de un espacio público más plural, más respetuoso y más democrático.

 

 

El futuro del debate público en España dependerá, en buena medida, de la capacidad para superar la lógica del enfrentamiento y para recuperar la cultura del diálogo y del consenso.

 

 

La democracia exige la posibilidad de disentir y de debatir en condiciones de igualdad, pero también requiere el reconocimiento del otro como interlocutor válido y la disposición a escuchar y a aprender de posiciones diferentes.

 

 

La crispación y la polarización son síntomas de una crisis profunda, pero también una oportunidad para repensar el papel de los medios, de la política y de la ciudadanía en la construcción de una sociedad más justa y más plural.

 

 

En definitiva, la escena reproducida en la transcripción es solo una muestra de las dinámicas que atraviesan el espacio público español, pero también una llamada de atención sobre los riesgos de la degradación del discurso y de la normalización de la violencia verbal.

 

 

La reconstrucción de la conversación democrática, basada en el respeto, la pluralidad y la información rigurosa, es una tarea irrenunciable para cualquier sociedad que aspire a vivir en libertad y en igualdad.