Pilar Eyre, experta en Casa Real: “El rey Juan Carlos nunca ha entendido esa boda, pero no tuvo más remedio que transigir porque era Letizia o nada”.
Pilar Eyre desgrana todas las humillaciones que el rey Juan Carlos le hizo a la reina Letizia a su llegada a la Familia Real.

2025. Abu Dabi. El rey Juan Carlos cuenta en sus memorias, de título ‘Reconciliación’, que “Letizia no ayudó a la cohesión de las relaciones familiares” y “entre ambos existe un desacuerdo personal”. 2011.
España. En mi libro ‘La soledad de la reina’ relato las confidencias del rey a un amigo de la infancia: “En mi familia nadie quiere a Letizia, las infantas no la pueden ni ver, nos ha dividido a todos, ha acaparado al príncipe, ¡hasta lo ha apartado de su madre! ¡Mi casa es un desastre!”.
El amigo me aclaraba el enfado de Juan Carlos, “Letizia estaba enfadada porque quería que se creara una Casa del Príncipe con las mismas atribuciones que la Casa del Rey y Juan Carlos se negaba porque no había presupuesto.
Y me decía muy cabreado, ‘oye, solo tengo 73 años y no me voy a morir mañana, ¿por qué ‘esa’ tiene tantas prisas?”.

Pilar Eyre desvela las veces que el rey Juan Carlos hizo sufrir a la entonces princesa Letizia a su llegada a la Casa Real.
Le pregunto a mi confidente si la aversión entre suegro y nuera se manifestó desde el principio, “pues mira, antes de que supiera que iban tan en serio lo que más le fastidiaba al rey no es que Letizia fuera divorciada o de origen humilde, sino que fuera periodista, ¡temía que su vida privada saliera a la luz por su culpa! Decía que iba a contar a sus colegas de profesión sus aventuras y avisó a todos que estuvieran callados delante de ella.
Así que Letizia acaparaba todas las conversaciones y se creía la más lista”.
Bulos interesados.
Cuando le pregunté si era cierto que el rey filtraba noticias sobre la presunta anorexia de su nuera o sus operaciones de estética para apartar el foco de su persona, mi confidente contestaba, “ella creía que sí y el ambiente era cada vez más irrespirable, al final no se dirigían la palabra”.
Mi amigo tenía tanta intimidad con la familia que podía entrar en palacio sin avisar, “un día en que me quedé a comer el rey dijo, harto y aburrido, ‘Letizia, ya sabemos que tú eres la que más sabe de todos, pero ¿podías dejar hablar a los demás alguna vez?”.

“Letizia estaba enfadada porque quería que se creara una Casa del Príncipe con las mismas atribuciones que la Casa del Rey”, aseguran desde el entorno del emérito.
Otro día estaba puesta la televisión que retransmitía una ceremonia en la que participaban los entonces príncipes de Asturias.
Y el rey le preguntó gritando, como todos los que son duros de oído: “¿Te has dado cuenta de lo que mueve ‘esa’ las manos? Voy a decir que le pongan un bolsito o algo para que no esté todo el día cogiéndose de Felipe o haciendo el molinillo”.
Y para su horror vieron cómo la reina alzaba las cejas, y es que Letizia estaba presente y no se habían dado cuenta.
“Aunque al rey estas cosas le importan un pito y se puso a reír”.
Letizia, contra Sofía.
Pregunto si suegro y nuera tenían mucho trato, “no, nada, no los he visto jamás intercambiar más de una frase y no creo que el rey haya estado nunca en lo que él llamaba ‘la casita de la pradera”.
¿Y la reina? “Pues mira, eso era muy injusto porque ella apoyó a muerte ese matrimonio y tenía que avisar si algún día quería ver a sus nietas.
Y si la madre no estaba presente, no la dejaban pasar. Todo lo que hacía la pobre molestaba”.

“No los he visto jamás intercambiar más de una frase y no creo que el rey haya estado nunca en lo que él llamaba ‘la casita de la pradera”, explican sobre la nula relación de suegro y nuera.
Aunque mi interlocutor es del partido del rey, no puede dejar de reconocer que Letizia lo tuvo muy difícil ya que venía de un ambiente muy distinto, nadie le ayudó y metió la pata sin querer muchas veces.
Cuando aún eran novios, don Juan Carlos, para que se fuera bregando, llamaba a sus amigos para que los convidaran y ella aprendiera a alternar con gente bien.
Uno de ellos fue Juan Abelló, quién invitó a los novios a una cacería en su finca las Navas.
A su llegada, Letizia vio que les habían preparado habitaciones separadas y le dijo al príncipe en tono airado que todos escucharon: “Yo me voy, ¿qué se ha creído esta gente?” Ana Gamazo lo había dispuesto así, cuando algunos de sus hijos iban con su pareja, tampoco dormían juntos.
Al día siguiente, cuando los anfitriones se levantaron, Felipe y Letizia se habían ido a la seis de la mañana pretextando un compromiso imprevisto.
El cambio de Letizia.
Otra persona próxima a la familia real me contó que los primeros años de matrimonio Letizia “se sentía muy sola, no conocía cómo funcionaba el sistema monárquico, ni el mundo de la aristocracia que, mal que bien, es el que apoya la institución.
Se sentía tímida, pequeña, ninguneada, pero cuando tuvo a sus hijas su actitud cambió, dejó de intentar ganarse el afecto de su familia política y ya no pretendía disimular sus sonrisas de desdén y la indiferencia con la que trata a sus sobrinos y cuñadas”.
También evitaba que las niñas estuvieran con sus abuelos paternos, en especial con don Juan Carlos, que vivía casi a tiempo total en la Angorilla con su amante.
“El rey nunca ha entendido esa boda, pero no tuvo más remedio que transigir porque era Letizia o nada, Pero jamás podrá aceptarla ni perdonará a su hijo, porque él va más allá del cariño filial y tiene una visión de estado impresionante”.
El final de un reinado.
Todo esto salió publicado hace quince años. Y sé que Letizia lo leyó. “No ha gustado tu libro en la Casa, Pilar, ni a los reyes ni a los príncipes”, me contó el funcionario de Zarzuela que me llamó para regañarme el mismo día de la aparición de ‘La soledad de la reina’.
Tres años después, el rey abdicó. Juan Carlos suele comentar a sus amigos que detrás de su abdicación estuvieron tres hombres de la Casa y Letizia, y que tardaron seis meses en convencer a Felipe, que se resistía a descabalgar a su padre.

“Se sentía tímida, pequeña, ninguneada, pero cuando tuvo a sus hijas su actitud cambió”, añade Eyre.
La ceremonia de abdicación duró apenas media hora, 30 minutos en los que Juan Carlos no miró ni una sola vez a su nuera, a pesar de que su hijo le pidió dos veces en voz baja que la saludara, ¡pero Juan Carlos quiso hurtar a la historia esa foto con la que él cree que es su mayor enemiga! “Ha roto la familia”, suele lamentarse, pero, y él ¿qué? Cuando acabó de grabar el discurso en que comunicaba su intención de irse, apenas se habían apagado los focos, le envió un mensaje a Corinna: “Acabo de abdicar y ya soy un hombre libre”, le decía. No hubo respuesta.
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