Rufián se harta y le dice a Sánchez que “deje de dar pena porque no cuela”.

 

 

 

 

 

El dilema progresista ante la crisis de gobierno: entre la exigencia de regeneración y el temor al avance de la derecha.

 

 

 

La política española atraviesa uno de sus momentos más delicados de los últimos años.

 

Los escándalos de corrupción, los casos de acoso sexual y la creciente desafección ciudadana han colocado al gobierno de Pedro Sánchez y, por extensión, al conjunto de la izquierda, frente a un dilema que parece no tener solución sencilla.

 

 

En este contexto, la intervención de Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso, ha servido como espejo de las dudas, inquietudes y exigencias que atraviesan al espacio progresista, más allá de las diferencias ideológicas y partidistas.

 

 

Rufián, en un tono franco y autocrítico, reconocía la incertidumbre que domina a muchos votantes y dirigentes de la izquierda.

 

 

“Tengo dudas y dudo frente a todo lo que está pasando”, admitía, reflejando el sentir de una parte significativa de la sociedad que observa con preocupación el deterioro del debate público y la proliferación de tramas que salpican a los protagonistas de siempre.

 

 

El dilema, según el portavoz catalán, es claro: nadie en el espacio progresista quiere ver a Santiago Abascal como vicepresidente, pero tampoco se puede seguir soportando la vergüenza de los escándalos que se suceden día tras día.

 

 

La crisis actual, marcada por las investigaciones judiciales y mediáticas sobre casos de corrupción y acoso sexual en el entorno del PSOE y de Sumar, ha puesto en cuestión la capacidad del gobierno para regenerarse y recuperar la confianza ciudadana.

 

 

Rufián, lejos de alimentar la teoría de la conspiración, instó al Ejecutivo a dejar de victimizarse y de recurrir al “y tú más”, esa lógica defensiva que, a su juicio, solo sirve para equiparar a la izquierda con la derecha y la extrema derecha.

 

 

“Las izquierdas no nos podemos sostener en el ‘y tú más’, porque se nos presupone una actuación diferente”, sentenció, subrayando la necesidad de elevar el listón ético y político ante la sociedad.

 

 

La preocupación por el avance de la derecha y la extrema derecha, representadas por Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, sigue siendo uno de los principales argumentos para sostener el gobierno progresista.

 

 

Sin embargo, Rufián advirtió sobre el riesgo de que la permanencia en el poder sin afrontar los problemas reales termine por inflar a sus adversarios y prolongar su estancia en la oposición durante años.

 

 

“La pregunta es, ¿cuánto más se infla la derecha y la otra derecha con la permanencia de esta situación?”, se preguntó, invitando a una reflexión profunda sobre los costes de la inacción y la autocomplacencia.

 

 

El portavoz de Esquerra Republicana reclamó al presidente Sánchez una reunión directa, cara a cara, con su formación, más allá de las ruedas de prensa, los vídeos en redes sociales y las grandes frases para la galería.

 

 

La exigencia es clara: el gobierno debe explicar de forma transparente qué piensa hacer para regenerar su partido y su gabinete, y para responder a las demandas de la ciudadanía.

 

 

La referencia a las promesas incumplidas del verano pasado, cuando Sánchez anunció medidas que nunca llegaron a materializarse, sirvió para ilustrar la fatiga y el desencanto que se ha instalado en buena parte del electorado progresista.

 

 

 

La autocrítica de Rufián no se limitó al PSOE. También interpeló a Sumar, la formación liderada por Yolanda Díaz, a dejar de lamentarse y a plantear medidas concretas en el Consejo de Ministros.

 

 

“Yo no estoy sentado en el Consejo de Ministros ni tengo incidencia en el BOE más allá de los siete diputados que tengo.

 

 

Sumar sí”, recordó, subrayando la responsabilidad de quienes forman parte del gobierno en la adopción de decisiones que puedan revertir la situación.

 

 

El trasfondo de la intervención de Rufián es el reconocimiento de que la izquierda atraviesa una crisis de credibilidad y de liderazgo.

 

 

Los casos de corrupción y acoso sexual han golpeado la imagen de un gobierno que llegó al poder prometiendo regeneración y limpieza democrática.

 

 

La presión mediática y judicial, lejos de ser una mera ofensiva política, ha sacado a la luz prácticas y comportamientos que exigen respuestas contundentes y ejemplares.

 

 

“Aquí se han encontrado cosas”, admitió el portavoz catalán, marcando distancia con la tentación de victimizarse y de reducir la crisis a una mera campaña de desprestigio.

 

 

La exigencia de regeneración, sin embargo, choca con la realidad de la aritmética parlamentaria y de las alianzas políticas.

 

 

El temor al avance de la derecha y la extrema derecha sigue siendo el principal argumento para mantener la unidad de las fuerzas progresistas, aunque esa unidad se resquebraje cada vez más ante la falta de respuestas y de autocrítica.

 

 

La pregunta que recorre el espacio progresista es si vale la pena aguantar la situación actual para evitar el regreso de Feijóo y Abascal, o si, por el contrario, la inacción solo sirve para fortalecer a sus adversarios y debilitar aún más la confianza ciudadana.

 

 

El dilema progresista se expresa también en la dificultad para distinguir entre la defensa legítima de los propios y la exigencia de ejemplaridad. Rufián, en su intervención, insistió en que no se puede pedir a la izquierda del PSOE que actúe como “paracaídas” y que trague con todo, sin exigir explicaciones ni medidas de regeneración.

 

 

La lógica del “mal menor”, que ha servido para justificar pactos y alianzas en momentos críticos, parece agotada ante la magnitud de los problemas y la urgencia de respuestas creíbles.

 

 

La crisis de gobierno, por tanto, no es solo una cuestión de nombres o de cambios en el gabinete.

 

 

Es, sobre todo, una crisis de proyecto y de sentido, que exige una reflexión profunda sobre el papel de la izquierda en la sociedad española.

 

 

La exigencia de transparencia, de autocrítica y de regeneración debe estar en el centro de cualquier estrategia que aspire a recuperar la confianza ciudadana y a frenar el avance de la derecha y la extrema derecha.

 

 

El contexto internacional, marcado por el auge de los populismos y la polarización política, añade presión a la situación española.

 

La tentación de reducir la crisis a una campaña de desprestigio impulsada por poderes fácticos y medios de comunicación conservadores es comprensible, pero insuficiente.

 

 

La realidad es que la ciudadanía exige respuestas concretas, medidas eficaces y un compromiso real con la limpieza democrática y la protección de los derechos fundamentales.

 

 

La intervención de Rufián, lejos de ser un mero ejercicio retórico, es una llamada de atención sobre los límites de la política defensiva y sobre la necesidad de afrontar los problemas con valentía y honestidad.

 

 

La izquierda, según el portavoz catalán, no puede sostenerse en el “y tú más” ni en la lógica del mal menor.

 

 

Debe asumir su responsabilidad histórica y ofrecer una alternativa creíble y transformadora, capaz de regenerar las instituciones y de responder a las demandas de justicia y de igualdad.

 

 

El futuro del gobierno progresista dependerá, en buena medida, de la capacidad para afrontar el dilema actual y para ofrecer respuestas que vayan más allá de la retórica y de las promesas incumplidas.

 

 

La regeneración democrática, la lucha contra la corrupción y el compromiso con los derechos sociales y civiles deben ser los pilares de cualquier proyecto que aspire a recuperar la confianza ciudadana y a frenar el avance de la derecha y la extrema derecha.

 

 

La crisis actual es, en definitiva, una oportunidad para repensar el papel de la izquierda en España y para construir una estrategia que combine la defensa de los propios con la exigencia de ejemplaridad y de transparencia.

 

 

La intervención de Rufián es un recordatorio de que la política no puede reducirse a la gestión del poder, sino que debe ser un ejercicio de responsabilidad y de servicio público.

 

 

La regeneración democrática y la recuperación de la confianza ciudadana son tareas irrenunciables para cualquier proyecto progresista que aspire a transformar la sociedad y a garantizar la dignidad y los derechos de todos y todas.

 

 

 

En este contexto, la exigencia de una reunión directa con el presidente Sánchez y la reclamación de medidas concretas a Sumar son gestos que apuntan a la necesidad de abrir un nuevo ciclo político, basado en la transparencia, la autocrítica y el compromiso con la regeneración.

 

 

La izquierda, si quiere sobrevivir y recuperar su papel transformador, debe dejar atrás la lógica del mal menor y del “y tú más”, y asumir el reto de construir una alternativa creíble y valiente ante la crisis de gobierno y la amenaza del avance de la derecha y la extrema derecha.