RUFIÁN HACE HISTORIA EN EL CONGRESO VERGÜENZA PARA LA DERECHA.
Gabriel Rufián: una intervención que marca época en el Congreso y desafía el relato de la derecha.
En un Congreso de los Diputados acostumbrado a la retórica previsible y los discursos de manual, la intervención de Gabriel Rufián ha irrumpido como un vendaval de lucidez, ironía y contundencia política.
El portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya no solo se dirigió a la bancada del Partido Popular y a su rostro más mediático, Isabel Díaz Ayuso, sino que, consciente del poder de la palabra, habló directamente a la ciudadanía, a las cámaras y a quienes, desde sus casas, sienten la distancia creciente entre la política institucional y la vida cotidiana.
La sesión parlamentaria fue testigo de un discurso que, lejos de limitarse a la crítica, se convirtió en una radiografía implacable del momento político español. Rufián, con su habitual mezcla de sarcasmo y seriedad, lanzó una advertencia histórica: “Estoy seguro de que Ayuso está viendo esto”.
La frase, lejos de ser un mero golpe retórico, encapsulaba la certeza de que el debate político ya no se juega solo en el hemiciclo, sino en la esfera pública, en las redes y en la conciencia colectiva.
Desde el primer minuto, Rufián desplegó un análisis sereno pero demoledor sobre el papel del Partido Popular en la política actual.
Sin caer en el grito ni el exabrupto, su intervención fue una sucesión de frases cargadas de pólvora: “Al PP le quedan dos telediarios”, sentenció, pero lo hizo desde la reflexión, no desde la euforia.
Su diagnóstico fue claro: una derecha que ha perdido el contacto con la realidad de millones de personas, que ha convertido el insulto y la provocación en estrategia de oposición y que carece de un proyecto más allá de la confrontación.
El ataque a la cúpula del PP se extendió a Isabel Díaz Ayuso, a quien Rufián acusó de haber hecho de la confrontación su única bandera, de despreciar la sanidad pública en plena pandemia y de proteger los intereses de los lobbies inmobiliarios mientras miles de ciudadanos luchan por pagar un alquiler digno.
La construcción de una burbuja mediática financiada con dinero público fue otro de los puntos clave de su denuncia, señalando que el modelo Ayuso se sostiene más por propaganda que por gestión real.
Pero lo que hizo especial la intervención de Rufián fue su capacidad para trascender la crítica y poner contexto.
Nombró a quienes rara vez aparecen en los debates parlamentarios: trabajadores precarios, familias que no llegan a fin de mes, jóvenes sin posibilidad de emanciparse, mujeres que sufren la violencia estructural de un sistema injusto.
“Esta gente también existe, aunque no les voten a ustedes”, espetó mirando directamente a la bancada popular, generando un silencio tenso y un murmullo de apoyo desde otros grupos.
Rufián no se detuvo en la denuncia de la gestión política. Dio un paso más y abordó el bloqueo institucional que, según él, el PP ejerce desde hace años. “Ustedes no son oposición, son sabotaje institucional”, afirmó, recordando la negativa sistemática a renovar el Consejo General del Poder Judicial y el uso partidista de las instituciones.
La bancada popular bajó la mirada, consciente de que la acusación no era una opinión, sino la narración de hechos.
El repaso histórico de Rufián incluyó los últimos veinte años de política española, señalando cómo el PP ha blindado sus intereses y dejado una generación hipotecada, una sanidad herida y una educación pública en retirada.
Cada frase, acompañada de pausas estratégicas, reforzaba el impacto de un discurso que no buscaba llenar tiempo, sino generar conciencia.
La dimensión emocional del discurso fue creciendo a medida que Rufián hablaba de los jóvenes expulsados del mercado laboral, de los ancianos que no pueden pagarse una residencia, de los padres y madres que ven cómo sus hijos no reciben una educación pública de calidad.
“Mientras todo eso ocurre, ustedes hablan de ETA, de Ocupas, de Venezuela. Viven en una campaña electoral perpetua, en una guerra cultural que solo sirve para tapar la realidad”, denunció antes de lanzar una de las frases más potentes del día: “Ustedes no quieren gobernar, quieren dominar”.
Ese matiz, aparentemente sutil, fue el núcleo del debate: gobernar implica diálogo, cesión y responsabilidad; dominar es imponer, polarizar y destruir al adversario.
Para Rufián, el PP representa hoy un proyecto autoritario revestido de democracia, que desprecia cualquier disidencia y coloniza instituciones, medios y lenguaje.
El discurso se volvió pedagógico y detallado, con ejemplos concretos de contratos de emergencia adjudicados a dedo durante la pandemia, recortes en atención primaria, criminalización de sindicatos y colectivos LGTBI, y protección de quienes acumulan riqueza a costa del sufrimiento de la mayoría.
“Esta cámara no puede ser solo un teatro para ustedes. Tiene que ser un lugar donde se escuche también a los que no están”, afirmó, reivindicando el papel transformador de la política.
Uno de los momentos más brillantes fue la desmitificación de Ayuso como figura mediática. “No es valiente, no es moderna, no es libre.
Es el producto de un aparato mediático que la ha convertido en personaje porque no puede defenderla como gestora”, sentenció, acusando a la presidenta madrileña de beneficiarse de una prensa subvencionada y de perseguir a quienes la critican.
La intervención de Rufián no se limitó a la crítica. Propuso una regeneración institucional profunda, blindar los servicios públicos por ley, limitar la externalización de recursos esenciales, crear medios de comunicación públicos independientes y reforzar la justicia para que no dependa de los pactos partidistas.
“Una democracia no puede depender de la voluntad de un partido para renovar sus órganos. Tiene que estar blindada frente al chantaje”, subrayó.
El tono pausado y pedagógico de la recta final del discurso fue una invitación a la ciudadanía a recuperar el sentido profundo de la política: transformar la realidad, dar voz a quienes no la tienen, construir un país para la mayoría y no para una élite blindada.
“Este país tiene futuro, pero no si seguimos dejando que quienes lo empobrecen decidan su rumbo”, concluyó, haciendo de su intervención una declaración de principios.
Rufián se dirigió directamente al votante conservador, no con desprecio, sino con empatía: “A ti que aún les votas, que aún crees que representan el orden, la seriedad o la experiencia, piénsalo dos veces.
Mira tu barrio, tu nómina, tu centro de salud y dime si de verdad crees que esta gente gobierna pensando en ti”.
Fue un intento sincero de abrir una grieta en el relato dominante, de recordar que la mayoría vive pese a la política, no de ella.
El mensaje a los jóvenes fue especialmente emotivo y político. Reconoció su talento y frustración, denunciando el exilio económico y el fracaso generacional que supone tener que elegir entre alquileres imposibles o volver a casa con los padres.
“El PP quiere que os resignéis, que penséis que la política es un teatro sucio, que no sirve de nada votar, pero si eso fuera verdad, no invertirían tanto en que no participéis”, advirtió, subrayando el poder transformador de la juventud organizada.
La crítica al modelo de país propuesto por la derecha fue demoledora: Estado, más mercado y ningún derecho.
Rufián explicó cómo lo esencial se ha convertido en negocio y cómo el deterioro de lo público ha sido planificado para justificar su destrucción.
“Es como romperle una pierna a alguien y después acusarlo de cojear”, ironizó, evidenciando la estrategia de deterioro sistemático.
El feminismo ocupó un lugar central en el discurso, denunciando la conversión de la igualdad en enemigo ideológico por parte del PP y Vox.
“Lo que no soportan del feminismo no es que hable de mujeres, sino que cuestione el poder, que señale el abuso, que denuncie el privilegio”, afirmó, defendiendo el feminismo como parte esencial del proyecto democrático.
La defensa del mundo del trabajo fue otro de los momentos álgidos. Rufián enumeró los sectores que sostienen el país y reivindicó el patriotismo social: “Amar a tu país no es poner banderas en el balcón, es pagar impuestos, cuidar a los que lo sostienen, garantizar derechos”.
La denuncia de la evasión fiscal y el blindaje institucional de las grandes fortunas fue clara: “El problema de este país no son los que llegan en patera, son los que se van en yate sin pagar impuestos”.
La propuesta de una reforma fiscal profunda y progresiva fue presentada como base de un nuevo contrato social, donde el Estado garantice igualdad y dignidad.
“No se trata de castigar a nadie, se trata de que quien más tiene más contribuya, porque eso no es radicalismo, es justicia”, argumentó.
El cierre del discurso fue una apelación ética: “Si algo hemos aprendido estos años, es que no hay neutralidad posible ante la injusticia.
O la combates o la sostienes”. Rufián reconoció la vulnerabilidad de su posición, pero reivindicó la convicción de estar en el lado correcto de la historia. “Podrán seguir manipulando, blindando sus medios y sus tribunales, pero no podrán parar el cambio, porque el cambio no depende de ellos, depende de nosotros. Y ya ha empezado”.
La ovación final fue contundente y transversal. La intervención de Gabriel Rufián no fue solo un discurso parlamentario, sino un acto de reparación democrática, una llamada a la acción y a la construcción de una mayoría social que defienda la dignidad frente al desprecio, el derecho frente al privilegio y lo común frente al saqueo.
En tiempos de avance de la derecha, de privatizaciones y recortes, voces como la de Rufián recuerdan que la política puede ser ofensiva democrática, propuesta e imaginación política.
Porque, como él mismo dijo, “Ayuso está viendo esto y al PP le quedan dos telediarios. Pero solo si tú también haces algo”.
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