Eva Blanco: El caso que Sacudió a España en 1997 ¿RESUELTO?.

 

 

 

 

 

 

El caso de Eva Blanco es uno de los crímenes más impactantes y dolorosos de la crónica negra española, no solo por la brutalidad del hecho, sino por el vacío y la herida que dejó en una familia y en toda una sociedad.

 

 

Han pasado décadas desde aquel fatídico 19 de abril de 1997, pero el nombre de Eva sigue resonando como símbolo de la lucha por la justicia, la memoria y la dignidad de las víctimas.

 

 

Para entender la magnitud de este caso, hay que retroceder a finales de los años 90, una época marcada en España por la tragedia de las desapariciones de jóvenes, como el caso Alcàsser, que conmocionó al país entero.

 

 

En ese contexto, la desaparición de Eva Blanco, una adolescente de 16 años del municipio madrileño de Algete, volvió a encender todas las alarmas sociales y mediáticas.

 

 

Eva era una joven alegre, ordenada, con una vida normal, amigos, familia y sueños.

 

 

Aquella noche de sábado había salido con su pandilla a una discoteca del pueblo.

 

 

Por primera vez, su madre le permitió llegar una hora más tarde de lo habitual, hasta las 12 de la noche.

 

 

Un gesto de confianza típico en la adolescencia, que marcaría para siempre la vida de su familia. Eva nunca regresó a casa.

 

 

La angustia comenzó cuando, pasada la hora acordada, Eva no aparecía. Su madre, Olga, sintió un presentimiento, una inquietud que no podía explicar.

 

 

Tras comprobar que su hija no estaba con sus amigas, la familia salió a buscarla por las calles, bajo una intensa lluvia.

 

 

La policía, en un primer momento, no tomó en serio la denuncia, sugiriendo que la joven estaría de fiesta o que volvería pronto. Una respuesta que, a la luz de los antecedentes de desapariciones de la época, resulta incomprensible y dolorosa.

 

 

A la mañana siguiente, el cuerpo de Eva fue hallado en una cuneta de una carretera en obras, a nueve kilómetros de su casa.

 

 

Había recibido diecinueve puñaladas, y aunque estaba completamente vestida, las pruebas forenses revelaron la presencia de material genético masculino en su interior.

 

 

La violencia del crimen y el contexto en el que fue hallada la joven evidenciaban un ataque brutal y premeditado.

 

 

La investigación policial fue larga y compleja. En un primer momento, la hipótesis principal era que Eva se había subido voluntariamente al coche de alguien conocido, quizá alguien del propio pueblo.

 

 

Esto provocó una psicosis colectiva en Algete, donde se pidió la colaboración de miles de hombres para pruebas de ADN.

 

 

Sin embargo, la fiscalía consideró que las pruebas masivas podían ser inconstitucionales, y muchas de ellas no llegaron a analizarse en ese momento, aunque sí fueron almacenadas.

 

 

El caso de Eva Blanco estuvo durante años en el limbo, con la familia luchando contra el olvido y la desesperanza.

 

 

La madre, Olga, y el padre, Manuel, vivieron un auténtico calvario, marcado por la pérdida y la impotencia.

 

 

No era la primera tragedia que sufrían: años antes, ya habían perdido a su primer hijo, y ahora el destino les arrebataba a Eva de la forma más cruel.

 

 

La investigación, sin embargo, nunca se abandonó del todo. Los agentes que se hicieron cargo del caso transmitieron la información y las pistas de generación en generación, manteniendo viva la esperanza de que algún día se haría justicia.

 

 

En 2014, gracias a los avances en genética forense y a la colaboración de la Universidad de Santiago de Compostela, se logró extraer un perfil genético más completo del agresor a partir del material encontrado en el cuerpo de Eva.

 

 

 

El resultado fue revelador: el ADN correspondía a un hombre de origen norteafricano, probablemente marroquí, de unos 45 años en el momento del crimen.

 

 

Esto cambió por completo la dirección de la investigación, descartando la hipótesis de un conocido o vecino español y centrando los esfuerzos en identificar a residentes norteafricanos en Algete en 1997.

 

 

De las 300 personas que cumplían ese perfil, solo 10 seguían viviendo en la zona.

 

 

El resto había emigrado a otros países, principalmente Francia y Bélgica.

 

 

Tras cotejar muestras de ADN de familiares y hermanos, la Guardia Civil llegó hasta Ahmed Chelh, un hombre que había residido en la zona y que, casualmente, abandonó España poco después de anunciarse la recogida masiva de muestras en 1999.

 

 

 

Chelh vivía en Francia, tenía familia y una vida aparentemente normal. Cuando se le solicitó una muestra de ADN, no puso objeciones.

 

 

El resultado fue concluyente: coincidía al 100% con el perfil genético hallado en Eva Blanco.

 

 

La policía española, en colaboración con las autoridades francesas, procedió a su detención y extradición.

 

 

Sin embargo, el desenlace judicial del caso fue tan frustrante como el propio crimen. Ahmed Chelh, antes de ser juzgado, se suicidó en su celda de la cárcel de Alcalá-Meco en enero de 2016.

 

 

Había estado bajo protocolo de prevención de suicidios, pero este fue retirado tras observarse una aparente mejoría en su estado de ánimo.

 

 

El Tribunal Supremo condenó posteriormente al Estado español a indemnizar a la familia de Chelh por la negligencia en la custodia, una decisión que generó aún más dolor en la familia de Eva Blanco, que vio cómo el presunto asesino de su hija escapaba a la acción de la justicia y, además, su familia era compensada económicamente.

 

 

 

La muerte de Ahmed Chelh dejó el caso oficialmente sin resolver, pese a la evidencia genética y las pruebas acumuladas.

 

 

La familia de Eva, especialmente su madre Olga y su hermana Rebeca, expresaron su indignación y frustración por un sistema que, a pesar de los avances científicos y del esfuerzo policial, no pudo cerrar el círculo de la justicia.

 

 

 

El caso de Eva Blanco es también un ejemplo de cómo la tecnología y la ciencia pueden ser claves en la resolución de crímenes, pero también de cómo los errores iniciales y la falta de sensibilidad institucional pueden marcar para siempre una investigación.

 

 

La negativa inicial de la policía a tomar en serio la denuncia, la decisión de no analizar en su momento las muestras de ADN y la falta de protección adecuada al detenido, son heridas abiertas en la memoria colectiva de la sociedad española.

 

 

 

Más allá de los detalles policiales y judiciales, el caso de Eva Blanco nos obliga a mirar de frente el dolor de las víctimas y sus familias.

 

 

Nos recuerda que detrás de cada titular, de cada noticia de true crime, hay vidas destrozadas, sueños truncados y un vacío imposible de llenar.

 

 

La lucha de la familia Blanco por la justicia es también la de muchas otras familias que siguen esperando respuestas y reparación.

 

 

Hoy, el nombre de Eva Blanco sigue siendo sinónimo de lucha y de memoria.

 

 

Su historia es contada en documentales, libros y programas, no solo como un caso policial, sino como una llamada a la empatía, a la humanidad y a la necesidad de mejorar los mecanismos de protección y justicia para las víctimas.

 

 

Porque, como recuerda su familia, la verdadera justicia no es solo atrapar al culpable, sino evitar que el dolor y el olvido se impongan.

 

 

El caso de Eva Blanco nos enseña que la justicia, a veces, llega tarde o no llega del todo.

 

 

Que la vida puede ser injusta y que el sufrimiento de una familia puede durar toda una vida.

 

 

Pero también nos muestra la importancia de la perseverancia, de la ciencia y de la solidaridad social.

 

 

Eva Blanco no fue solo una víctima: fue, y sigue siendo, un símbolo de la lucha por la verdad y la justicia en España.