La Comparecencia que Hizo Temblar los Cimientos de la Responsabilidad Política

La expectación era máxima.
Pocas veces una sesión en la Comisión de Investigación sobre la trágica crecida del río Alba, que conmocionó a toda la nación hace poco más de un año, había generado tanta tensión, tanta frustración palpable en el aire.
La comparecencia de la ex-consejera de Justicia y Administraciones Públicas, Salomé Pradas, se anunciaba como un punto de inflexión.
Sin embargo, lo que los ciudadanos y los representantes esperaban fuera un ejercicio de transparencia y asunción de responsabilidades se convirtió en un dramático duelo dialéctico marcado por el silencio y las “consideraciones” preelaboradas.
La trágica inundación, que dejó un saldo de 229 personas fallecidas y sumió a la sociedad valenciana en un luto desgarrador, es el telón de fondo de una comisión que busca desesperadamente respuestas que mitiguen el dolor de las víctimas y garanticen que un desastre de tal magnitud jamás se repita.
La Sra. Pradas, una de las figuras clave en la gestión inicial de la crisis, se sentó ante los representantes con una estrategia clara: la no respuesta sistemática.
El Comienzo Frío: “No Soy la Importante en Todo Esto”
El interrogatorio comenzó con una aparente trivialidad que pronto se cargó de simbolismo.
La pregunta inicial, un simple “¿Cómo está?”, fue respondida con una frialdad calculada: “Prefiero no contestarle la pregunta. Gracias… No soy la importante en todo esto.
Las víctimas son las fundamentales, las principales y hay que pensar en ellas”.
Esta declaración, aunque en apariencia sensible, sentó el tono del enfrentamiento que duraría más de media hora: un uso de la retórica de la víctima para esquivar la rendición de cuentas.
El diputado Gabriel Rufián, ejerciendo como principal interrogador, rápidamente captó la maniobra y devolvió la carga al argumentar que el bienestar de la compareciente era relevante, precisamente porque su actitud —el silencio elegido— era, a su juicio, la peor opción, seguramente asesorada legalmente, pero devastadora en términos éticos y políticos.
El Nudo de la Contradicción: ¿Por qué en la Televisión Sí y Aquí No?
El corazón del debate se centró en una pregunta de alto voltaje planteada por el representante de Bildu y reiterada por Rufián: “¿Por qué en la tele sí y aquí no?” Esta interpelación hacía referencia a una entrevista televisiva previa de la Sra.
Pradas en horario de máxima audiencia, donde sí había ofrecido su versión de los hechos.
El contraste era brutal.
En la televisión, la ex-consejera había compartido su “verdad”; en la Comisión de Investigación, bajo juramento y ante el escrutinio parlamentario, optaba por un mutismo casi absoluto, remitiéndose una y otra vez a un documento: las “consideraciones” que había traído consigo.
Este documento, lejos de ser un medio para facilitar la verdad, se convirtió en una barrera, una cortina de humo legal que obstaculizaba la función democrática de la comisión.
Un Símbolo de Dolor: La Cuerda de la Niña Fallecida
La tensión alcanzó un pico insostenible cuando el diputado Rufián sacó un objeto de su bolsillo, un trozo de cuerda.
No era un mero atrezo político, sino un símbolo de la tragedia que había estado guardando desde la comparecencia, calificada de “miserable,” de su exjefe, el Sr. Mazón. La historia detrás de la cuerda era desgarradora: pertenecía a una niña, de ascendencia china, que se aferró a ella para evitar ser arrastrada por el agua tras la crecida.
La alerta, según el relato, había estado “mal redactada,” y la niña finalmente murió sobre las 9 de la noche.
“A mí se me olvidó darle a su exjefe, al miserable, al psicópata y al inútil de Mazón, darle esto,” declaró el diputado.
Acto seguido, en un gesto cargado de desesperación y dolor ajeno, procedió a entregar el trozo de cuerda a la Sra. Pradas.
El objetivo era claro: interpelar a su humanidad, “a ver si se le enternece un poco el corazón,” en la creencia de que a la cúpula política “les falta corazón.”
El diputado vinculó directamente el objeto con la responsabilidad política: si la ex-consejera y el máximo responsable del gobierno hubieran hecho su trabajo y estado donde debían estar, “seguramente esta niña estaría viva.”
El intercambio que siguió a la entrega del objeto fue un reflejo de la incomunicación: “Señora Pradas, ¿de verdad usted se quiere comer este marrón sola? ¿De verdad usted está tan mal asesorada?” La Sra.
Pradas, imperturbable, solo ofrecía el mismo mantra: “Léase mis consideraciones y ahí tendrá la respuesta.”
El Conflicto de las Verdades: ¿Mentira o Rigor?
El debate derivó en una confrontación directa sobre la veracidad de las declaraciones pasadas de la ex-consejera.
El diputado Rufián la acusó de haber mentido varias veces y de haber permitido que otros mintieran.
Una de las acusaciones más graves se centró en la gestión de las alertas.
Rufián señaló que la Sra. Pradas había declarado que la Confederación Hidrográfica solo había enviado tres correos, cuando en realidad se habrían enviado 15, con 300 datos hidrológicos de caudal.
Pradas se defendió apelando al rigor: ella siempre se había remitido a las declaraciones de los expertos, como los presidentes de la Confederación y la AEMET, quienes, según ella, habían dicho en sede judicial que el evento “no se podía prever.”
El diputado rebatió esta afirmación mostrando una portada de un diario de la víspera que alertaba de “tormentas graves” y un tuit de la AEMET, destacando la contradicción entre el aviso especial de la AEMET y la falta de acción.
La Sra. Pradas, sin embargo, se atrincheró en su versión, argumentando que los avisos especiales se basan en la información de la AEMET y la Confederación, insistiendo en que la precipitación final (800 litros) superó con creces la previsión inicial (180-200 litros).
El Ataque Personal y la “Persona”
Un momento de fricción inesperada surgió cuando Rufián utilizó el término “esta persona” en referencia a la Sra. Pradas.
Ella interrumpió la declaración, pidiendo ser llamada “Señora Pradas” o “Salomé,” y calificando el uso de “esa persona” de forma “absolutamente, si me permite, incluso machista.”
El diputado se disculpó, explicando que había usado el término impersonal precisamente para evitar cualquier connotación.
El intercambio, sin embargo, se repitió. La Sra. Pradas acusó al diputado de “paternalismo” por querer “responder por mí” y de poner “palabras mías en su boca.”
Rufián elevó el tono en respuesta: “Usted dice que no miente y la jueza dice que miente. Es que mi opinión da igual.
Yo creo que miente. Todo el mundo sabe que miente. Incluso en Salvados mintió… Pero deje de llamarme a mí machista o paternalista por decirle que miente, porque la jueza de instrucción dice que miente. ¿La jueza de instrucción también es paternalista y machista?”
El Final Amargo y la Advertencia
La comparecencia concluyó con una amarga advertencia del diputado Rufián. Tras más de una hora de evasivas y referencias a un documento que nadie podía interrogar, el diputado expresó su frustración.
Lejos de considerarla su enemiga, reiteró la convicción de que la Sra. Pradas había escogido el “peor camino.”
Le recordó que sus antiguos compañeros y jefes habían “mentido” y que, con su silencio, ella se iba a “comer todo un marrón que no le toca.” El clímax llegó con una dura profecía: “Seguramente cuando esté a punto de entrar en la cárcel se acordará de este día y dirá, ‘Quizá pude decir y hacer mucho más’.”
El diputado concluyó sugiriendo que, a diferencia de otros responsables “inconscientes e inútiles” que estaban “esperando a un tipo que se estaba tomando copas,” la Sra. Pradas era “la más consciente” y tenía “muchas cosas a las que agarrarse para salir relativamente indemne.”
Pero su elección de “tapar y callar” por un año, la había colocado en una posición insostenible.
La Sra. Pradas, con la misma calma helada que había exhibido durante toda la sesión, se limitó a responder a la acusación de verlos como enemigos: “Señor Rufián, si no, no hubiera traído las consideraciones de verdad que les respeto.”
El tiempo se agotó. El silencio de Salomé Pradas, envuelto en “consideraciones” legales y retórica de víctima, ha dejado a la Comisión de Investigación y a la opinión pública más cerca de la indignación que de la verdad.
El trozo de cuerda, símbolo de una vida perdida, permanece como testigo mudo de una sesión que será recordada no por lo que se dijo, sino por lo que se ocultó. La verdad sobre lo que realmente sucedió en las horas cruciales de la tragedia del Alba sigue sepultada bajo un muro de silencio.
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