¿Lo ha leído?

Leire Díez, la fontanera del PSOE, firmó acuerdos para vender en oficinas de Correos las gafas para la vista comercializadas por un socio del ex presidente de la SEPI. El candidato del PSOE en las elecciones de Extremadura de este domingo está imputado por el presunto enchufe del hermano del presidente del Gobierno. La Junta de Andalucía no informó a miles de mujeres de los resultados del cribado en el cáncer de mama. Tampoco funcionaban bien las pulseras que debían controlar a los maltratadores gestionadas por el ministerio de Igualdad. Quizá haya leído acerca del error que, en el proceso de extradición, dejó libre a un líder de la Mocro Maffia holandesa juzgado por la Audiencia Nacional.

En la España de 2025 nadie está libre de protagonizar un buen churro, como demuestra la arenga del rey emérito a los jóvenes para que apoyen a su hijo, con una chapucerísima bandera digital de fondo.

¿Acaso funciona algo en nuestro país?

La persecución del agitador Vito Quiles a Leire Díez este fin de semana, oculta bajo una capucha por el interior de un parking, es la decantación de todo lo mal que puede funcionar todo en un país acosado por la inoperancia.

Prestar atención a las noticias impulsa el brote de una angustia decadentista. A nuestro alrededor cunde la sensación de que las malas gestiones, los problemas inesperados y las proyecciones erradas han tomado el control por completo.

Sólo podemos consolarnos con la constatación de que no es un fenómeno nuevo. Ya en 1982, en su artículo La chapuza nacional en la revista Triunfo, Juan Cueto tomaba como referencia a Julio Caro Baroja, quien había propuesto una interpretación cochambrosa de España, para elaborar su teoría sobre el patrón chapuza. «No hay asunto histórico o problema de actualidad rabiosa que de entrada rechace la interpretación chapucera», escribía sobre España.

Sin embargo, la sensación de que vivimos en un adefesio se ha disparado. Según el estudio States of democracy, que evalúa la salud de la democracia, el 58% de los españoles considera que nuestro sistema ha empeorado en los últimos cinco años. El 80% está preocupado por el destino político de España de cara a 2030. Solo Suecia nos supera en recelo hacia el futuro.

Los resultados del reciente Estudio sobre miedos e incertidumbres, publicado por el CIS, indican que el 67% de los españoles piensa que «las cuestiones que llevan al pesimismo» pesan más que las que animan el optimismo. Al 63,7% le preocupa la inseguridad. Al 55%, la okupación de viviendas. Y a un 76%, directamente, la posibilidad de que estalle una guerra.

«Suelo tener este tipo de conversaciones con mis estudiantes. Les digo que la ventana de las redes sociales no es objetiva: está diseñada para acentuar determinadas cosas», señala Álvaro Santana Acuña, profesor de Sociología del Big Data en el Whitman College, en Washington, sobre el espejismo propiciado por la exposición permanente a las redes sociales.
Puede que la sensación de que nada funciona cada vez que actualiza la portada del periódico sea una ilusión artificial, por mucho que los resultados en Google al escribir la palabra «chapuza» estén relacionados con la gestión administrativa y política de los asuntos cotidianos.

«El filósofo Byung-Chul Han describe esta era como la era del agotamiento crónico», amplía Santana. «A nivel social, hay una sensación de que vivimos al borde del filo del cuchillo. Se genera un hartazgo de la realidad. Uno trata de hacer las cosas lo mejor posible y lo que recibe a cambio es una cita médica para dentro de seis o siete meses. Uno tiene la percepción de que las instituciones públicas no funcionan. No solo por la corrupción: también tardan mucho los procedimientos administrativos. Hay una parte real: faltan recursos públicos. Y otra parte proviene de un comentario de X que alguien te mandó por WhatsApp».

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La España que no puede dormir: “Lo peor es esa sensación de que las horas pasan lentas y la cabeza te empieza a llevar a sitios oscuros”

Santana Acuña describe un choque entre el tempo de la realidad y la percepción del tiempo modificada por el impacto de las redes.

«Accedemos a productos que podemos comprar de manera inmediata», señala. «Poco a poco, se ve mermada nuestra capacidad de aceptar que la realidad tiene unos límites a los que nos tenemos que adaptar. El riesgo es trasladar esta sensación de inmediatez y perfeccionismo a otros ámbitos de la vida cotidiana.

Por ejemplo, el otro día me fui a tomar un aperitivo antes de un concierto. Teníamos 25 minutos y tardaron 10 en servir la comida. Teníamos la sensación de que venían tarde. Claramente es una consecuencia a la sobreexposición a las pantallas».

Pero esta sobreexposición no explica del todo la proliferación de chapuzas que vivimos casi en tiempo real.

El economista Arturo Bris preside el IMD World Competitiveness Center, un organismo encargado de elaborar listas de países ordenados según su eficiencia gubernamental, política fiscal o financiación pública, entre otros parámetros.

De 69 países explorados, España ocupa la posición 56 en eficiencia gubernamental, la 62 en política fiscal y la 58 en financiación pública. Sólo en competitividad –puesto 39–salimos algo mejor parados. «La polarización política es un problema. Comparado con países como Francia o Italia, el decadentismo español es extremo.

De esta manera, no hay eficiencia ni estrategia de largo plazo», dice Bris sobre las causas de la chapuzamanía mientras conduce por las carreteras de Suiza, donde vive, quizá el ideal de funcionamiento quirúrgico a nivel estatal.

Para clasificar a los países en función de su eficiencia, el IMD utiliza «variables objetivas y estadísticas», además de una encuesta empresarial. «En España nuestro socio es la CEOE, que nos ayuda a buscar ejecutivos entre los que distribuimos la encuesta», cuenta Bris, quien identifica algunos problemas que no parecen un espejismo: «La visión a largo plazo no existe. La estrategia política consiste en poner parches.

No hay una reforma de las pensiones. Tampoco de la educación. Debería haber, como en Suiza, consensos evidentes en algunas cosas que van más allá de las diferencias ideológicas. Por ejemplo, el sistema de pensiones objetivamente no es sostenible. Y, sin embargo, no se hace nada».

Bris expone su opinión crítica de los ciudadanos españoles: «No culpo a los gobiernos, sino a los votantes.

Existe un deterioro social o cultural. Lo achaco a la funcionarialización de la sociedad española. De los que viven del Estado o de sectores regulados por el Estado -como los taxistas o farmaceúticos- hasta los pensionistas.

La cultura de la dependencia del Estado y la falta de interés en mejorar ha calado mucho en la sociedad española. No existe una responsabilidad individual para hacer las cosas mejor.

El problema no está en el BBVA o en Inditex, sino en las empresas familiares o micro-empresas que no tienen interés en crecer. En mi generación, el objetivo es jubilarse. La mejor España está fuera.

No hemos proporcionado a esta generación las oportunidades adecuadas. Lo que queda allí es la chapuza».

Leire Díez, la fontanera del PSOE, cubierta con una capuchaDiego RadamésEuropa Press

Es posible que la sensación de vivir en medio de un problema sin resolver sea, precisamente, irresoluble.

Desde tiempos inmemoriales vivimos rodeados de pícaros y cuñados. La cultura española es el reflejo de una clara inoperancia secular. ¿Somos lo que vemos o vemos lo que somos? «Si pensamos en términos de historia cultural vemos las tramas que cuentan chapuzas.

Lo que llega es el pícaro. Intenta cosas y nada le sale bien.

En estas tramas hay un mensaje: esto es vanidad, el mundo no funciona como nosotros pensamos», analiza Eugenia Afinoguénova, doctora en estudios literarios y culturales españoles por la Universidad de Georgetown y profesora de la Universidad de Marquette (Milwaukee).

Continua Afinoguénova: «Lo vemos en el cine español desarrollista. En la comedia española sobre el turismo.

Son españoles que intentan aprovecharse de las probabilidades del desarrollismo. Lo intentan y no lo consiguen: ahí tenemos la chapuza». También detecta el rastro de la cutrez en otras producciones más recientes. «En El Ministerio del Tiempo hay que improvisar porque los protagonistas son españoles.

Los productos culturales reflejan nuestra experiencia de una manera u otra. Nos indica que es difícil hacer las cosas de otra manera».

La chapuza está insertada en el imaginario colectivo. Es un núcleo de nuestra idiosincrasia.

«La propia palabra chapuza es muy española», dice la profesora. «Es estructural. El mal funcionamiento del sistema es la señal. Debemos pensar en qué está pasando.

El sistema no está hecho para que funcione. Hay algo que lo impide», dice la profesora.

UNA PREGUNTA ETERNA

Marta Rodríguez, Oscar Tejero e Ignacio Sánchez son los tres autores de Contingencia y crisis.

Apuntes para una sociología atenta al fracaso y a lo imprevisto.

En este estudio publicado en 2014 por la Revista Española de Investigaciones Sociológicas esbozan una explicación de la acumulación de problemas que nos rodea.

«Diferentes fuentes de sabiduría informal nos indican que, debido a la complicada que resulta la materialización de los planes e ideales, existe una necesidad continua de improvisación, que también afecta […] en general a las expectativas.

Ningún plan es infalible», analizan.

También tratan de amortiguar la comparación del presente con otras épocas supuestamente perfectas.

«Tendemos a hacer una historia de las ideas que nos imagina como prósperos herederos de ellas, en lugar de trazar, más bien, sus vericuetos con hincapié en los equívocos y en lo fortuito», escriben.

«La historia escrita desde el punto de vista de la posteridad produce una versión de los procesos sociales limpia en exceso, pues su proceso de producción viene marcado por el hecho de que los perdedores no pueden relatar sus experiencias.

Las historias deprimentes no resultan tan atractivas».

Es decir, en un futuro no tan lejano nadie recordará la capucha deLeire Díez, ni las chistorras de Koldo, ni a Luis Rubiales esquivar los huevos lanzados por su tío en la presentación de un libro ni la eterna sobremesa de Mazón en el Ventorro.

Entonces, alguien rodeado de malas decisiones volverá hacerse la misma pregunta: «¿Por qué todo funciona tan mal?».

Que nada funciona como debería resulta un eslogan bien acuñado. Al menos para Marta Gil, socióloga y profesora de la Universidad de Sevilla.

«La chapuza es un trabajo de mantenimiento de poca importancia», sostiene ella. «No es correcto utilizar el término chapuza.

En el sentido de gobernar una nación. No se puede asociar a la sociedad y su desafección». El debate, afirma, no va –o no debe ir– de sensaciones.

«Todos podemos hablar de todo y todos podemos hacer análisis de barra de bar», afirma. «En estos casos, se inyectan una serie de mensajes que nos acabamos creyendo y acabamos entrando en la espiral de silencio: te dejas llevar por la influencia social».

Percibir la deformidad, por tanto, es un fenómeno natural. «Lo cuenta Ulrich Beck en su manual La sociedad del riesgo global.

No lo podemos controlar todo. Y hay indicadores que no son buenos. Lo que ha pasado en Andalucía es una negligencia muy importante.

O la crisis de la vivienda, que favorece el sentimiento derrotista que acaba por calar en ciertos segmentos de la sociedad.

Pero, por ejemplo, nuestros abuelos no han disfrutado de un contexto como este. Antes los chavales tendrían que haber ido a recoger la fresa a Huelva.

Ahora no salen de casa porque tienen todas las necesidades cubiertas», comenta Gil, que echa en falta un «revulsivo» entre la juventud.

La deriva podría explicarse por la sustitución de los gestores por algo bien distinto: perfiles, por así decirlo, más dinamizadores.

«La política actual tiende mucho al espectáculo. Convoca a gente que tiene habilidades especiales para el espectáculo.

Son postergados los habilidosos para la gestión. Es muy frecuente. El otro día hablaba con la rectora de una universidad.

Decía que los políticos y altos funcionarios eran incapaces de sacar adelante un trámite sencillo porque tenían el tiempo ocupado en la lucha política», comenta el filósofo Javier Gomá, autor de la Tetralogía de la ejemplaridad, que ganó el Premio Nacional de Ensayo por uno de los volúmenes, Imitación y experiencia (2004).

Sufrimos la nostalgia por no haber vivido años considerados perfectos, aunque no se vivieran así en su momento. «Ahora que se cumplen 50 años de la muerte de Franco recordamos la Transición», dice Gomá. «Aquellos días la política reclamaba de la gente más creatividad, talento o genio.

Después de los momentos fundadores y la rutinización es positivo preguntarse: ¿Dónde prefieres que éste el talento, si es un bien escaso? ¿En la política, en las empresas, en las sociedades, en la ciencia? Una democracia consolidada prefiere que el talento esté en la sociedad».

A la vista de los hechos está claro que, al menos, la nuestra está muy consolidada.

La chapuza, la inoperancia, la sensación de que nada funciona como debería, en fin, podría considerarse una buena señal. «Afortunadamente el mundo es chapucero», concluye Gomá.

«Es tan imperfecto y está movido por gente tan imperfecta que es completamente inverosimil que los poderosos se pongan de acuerdo entre sí. La chapuza garantiza la libertad individual».