Bajo el cielo de Madrid, mientras los escándalos de corrupción cercan los cimientos de la SEPI, la Vicepresidenta ensaya su papel favorito: el de la furia contenida que nunca rompe el plato.

Entre el coche oficial y la retórica de barricada, el Gobierno de coalición sobrevive a base de puestas en escena y reuniones vacías.

El estruendo que no mueve una hoja

Ha pasado una semana. Siete días desde que el fango de la trama de corrupción en la SEPI —esa ramificación que comparte ADN con el “caso Koldo”— salpicara las alfombras del poder.

Sánchez descarta la remodelación de Gobierno que le exige Yolanda Díaz

Cualquiera pensaría que el edificio institucional está en llamas, pero en el complejo de la Moncloa no se mueve ni el aire.

El pasado viernes, Yolanda Díaz compareció ante las cámaras con el rostro de quien está a punto de dar un portazo histórico.

Exigió cambios “radicales”, remodelaciones “urgentes” y un giro de timón inmediato.

Hoy, el resultado es el de siempre: Pedro Sánchez le ha despachado una reunión de cortesía para “calmar los ánimos” y la Vicepresidenta ha vuelto a su despacho, aceptando el azucarillo de la supervivencia política.

La bombera que contempla el incendio

El proceso se ha vuelto tan predecible que roza la parodia. Díaz ha perfeccionado un ritual que la opinión pública ya recita de memoria:

La denuncia desde el balcón: Señala el humo, denuncia el incendio y convoca a los medios con tono solemne.

La llamada a filas: Exige responsabilidades, pide “reseteos” y utiliza palabras de alto voltaje emocional.

El repliegue táctico: Cruza el umbral de palacio para seguir sentada junto a quienes sostienen la manguera cerrada, formando parte del mismo cuerpo de bomberos al que acaba de criticar.

Es un fenómeno insólito. En política, es común ver ministros con poca influencia, pero ver a una Vicepresidenta cuyo peso político rebota sistemáticamente contra un muro invisible es, cuanto menos, extraordinario. Ella tiene voz, pero ha perdido el mando.

Una colección de “líneas rojas” invisibles

La hemeroteca es el peor enemigo de la líder de Sumar. Cada vez que el Gobierno ha tomado una dirección contraria a sus principios declarados, Díaz ha escenificado una ruptura que nunca llega a consumarse:

El Sáhara y la poesía: Cuando Sánchez abandonó la causa saharaui, ella mostró su rechazo. ¿El resultado? Unos versos recitados en solidaridad mientras el Gobierno del que forma parte mantenía el rumbo diplomático.

El negocio de las armas: Calificó de “insoportable” el gasto militar y el comercio con zonas de conflicto. Sin embargo, los decretos con excepciones por “interés nacional” pasaron por su mesa sin que se moviera un solo sillón.

El giro copernicano: Tras los informes de la UCO sobre figuras clave del entorno socialista, exigió un giro de 180 grados como “condición innegociable”. Hoy, el giro es un círculo completo que la devuelve exactamente al mismo punto de partida.

El miedo al frío exterior

¿Por qué no se marcha? La respuesta es tan pragmática como gélida.

Fuera de los muros de la Moncloa, la indignación pierde su brillo.

Sin el coche oficial, sin el despacho ministerial y sin el foco constante de los micrófonos institucionales, el relato de Díaz se quedaría a la intemperie.

En pleno invierno político, la Vicepresidenta ha decidido que es mejor protestar desde dentro de la calefacción oficial que ser coherente en la calle.

Pedro Sánchez, conocedor de esta debilidad, se permite el lujo de la condescendencia.

Mientras ella habla de “situaciones insoportables”, él sonríe y habla de una hoja de ruta que llega hasta 2027.

Es el lenguaje del poder real frente al lenguaje de la gesticulación.

Del asombro al choteo

La sociedad española ha mutado su forma de digerir estos episodios.

Lo que empezó siendo sorpresa ante las crisis de coalición, pasó a ser agitación, luego hastío por la reiteración y, finalmente, una mezcla de indiferencia y mofa.

Yolanda Díaz corre el riesgo de convertirse en parte del paisaje, en una figura decorativa que frunce el ceño para la foto pero que siempre termina cerrando la puerta con llave para asegurarse de que nadie la eche.

Al final del día, el sistema sigue intacto y la reunión de mañana será, con toda probabilidad, otro capítulo en blanco de una legislatura que sobrevive a base de no moverse.